El trabajo y Efe 2:10.
SOMOS HECHURA SUYA.
Introducción.
Lamentablemente, los creyentes que trabajan en el mundo secular de lunes a sábado, y van a la iglesia los domingos, debido a que la iglesia ha ignorado casi por completo el asunto del trabajo, viven con la sensación de que lo que hacen durante la semana tiene muy poca relación con su fe, y mucho menos relación con el servicio a Dios, que por nuestra nueva naturaleza, todos tenemos un fuerte deseo de realizar en nuestro corazón a partir del momento mismo en que nos convertimos a El.
La idea de que nuestro trabajo secular, sea el que sea, siempre que no sea una actividad claramente calificada como pecaminosa en la Biblia, sea un servicio que hacemos para Dios, para muchos en la Iglesia del Señor Jesucristo, resulta una idea totalmente opuesta a lo que nos han enseñado, y considerar ese mismo trabajo como un ministerio, es demasiado.
Sin embargo, lo que la Biblia dice al respecto del trabajo apunta exactamente a eso: nuestro trabajo es un servicio a Dios y un ministerio para el cual El nos creó y llamó.
El objetivo de esta enseñanza es precisamente demostrar esos dos puntos mediante un examen de lo que las Escrituras dicen al respecto.
Versículo clave.
“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efe 2.10).
Versículos de apoyo.
Col 3:23-24, Deut 8.18, Gen 2.15.
Desarrollo del tema.
En el versículo clave, Efe 2.10, leemos que los creyentes somos hechura de Dios, creados por El para buenas obras, las cuales El preparó de antemano para que anduviéramos en ellas. Esto significa que cada uno de nosotros, independientemente del trabajo que realice, dentro o fuera de la iglesia (siempre que sea lícito de acuerdo a lo que dice la Biblia), fue puesto en ese trabajo por Dios, que lo preparó, y nos preparó a nosotros para hacerlo, desde antes de nuestra conversión para que lo desarrolláramos de una buena manera. El Sal 139 completa esa idea de una manera que no nos debería dejar ningún lugar para la duda:
“Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos.” (Sal 139:13-16, NVI).
Notemos lo siguiente, al leer ambos pasajes: Efe 2.10, Sal 139.13-16.
Uno. Dios, cuando fuimos engendrados por nuestros padres terrenales, estaba presente en el vientre de nuestra madre (aunque cuando ellos no fueran creyentes), viendo nuestro cuerpo en gestación, pero no solo viendo como un espectador pasivo, sino verificando que todo lo que se estaba haciendo era conforme a lo que El había planeado de antemano para nosotros (recordemos que El nos conoció desde antes de la fundación del mundo),
Dos. Por otro lado, en Su libro, ya estaban escritos y diseñados todos nuestros días, y obviamente, lo que íbamos a hacer en cada uno de ellos, las buenas obras que Dios preparó de antemano para que realizáramos.
Tres. Por lo tanto, nuestros días actuales, y entre ellos, nuestros trabajos actuales (así como los anteriores y los futuros), Dios los había planeado de antemano para nosotros, por lo tanto, nos había determinado para ellos.
Cuatro. Si todo eso es así, entonces el trabajo que estamos realizando ahora es un servicio que Dios planeó de nosotros para él, un ministerio, aunque no sea en el campo eclesiástico.
Cinco. Por otro lado, si el trabajo que estamos realizando ahora es una asignación que Dios nos dio, Dios está agradado de que nosotros estemos haciéndolo. Lo que nos queda a nosotros es hacerlo, entonces, para El, de la mejor manera posible (Col 3:22-24): “Siervos (empleados, trabajadores), obedeced en todo a vuestros amos terrenales (jefes, patrones), no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor (bien hecho, con nuestro mejor esfuerzo, calidad y dedicación) y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”
La palabra “ministerio”, aún cuando nosotros en nuestro lenguaje eclesiástico la hemos encumbrado para designar solo a lo que hacen algunas personas que consideramos sumamente especiales y espirituales, dentro de la iglesia, significa, simplemente, un servicio, un trabajo, una tarea, que hacemos para Dios y para las demás personas. Y nuestro trabajo, en muchos sentidos, cumple esos dos requisitos:
Primero. Es un trabajo que hacemos para Dios por cuanto todo lo que existe es de El, El lo creó y es para El. Rom 11:36 (NVI) dice: “Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén.” Y todas las cosas incluye nuestro trabajo, nuestra familia, las cosas que hacemos todos los días, el lugar donde trabajamos, etc.
Segundo. Es un trabajo que hacemos para las demás personas, por cuanto por medio de nuestro trabajo producimos bienes y servicios que suplen sus necesidades, producen utilidades a los dueños terrenales del negocio, generan impuestos que benefician a todos los habitantes del país, requieren de productos que venden otros proveedores y nos generan un ingreso que utilizamos para suplir las necesidades de nuestras familias.
Como consecuencia de todo lo anterior, si queremos experimentar la plenitud, el gozo, la bendición y el favor y la gracia de Dios en nuestros trabajos diarios, necesitamos renovar nuestro entendimiento al respecto, como nos instruye la Palabra:
“No vivan ya según los criterios del tiempo presente (de acuerdo a los pensamientos del mundo); al contrario, cambien su manera de pensar (pensar como piensa Dios) para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto.” (Rom 12:2, DHH).
Conclusión.
Todas las personas, creyentes o no, tenemos una asignación de parte de Dios que tiene que ver con el trabajo diario que estamos realizando, siempre que esta sea lícito aunque no lo hagamos dentro de la iglesia. Una vez convertidos a Cristo, esa asignación se convierte en un ministerio, por cuanto llegamos al entendimiento de que todas las cosas son de Dios, para Dios y por Dios (Rom 11:36), y que necesitamos hacerlas como para El (Col 3:22-24), además de que como El preparó esas cosas de antemano para que anduviéramos en ellas (Efe 2:10), El nos equipó para realizarlas de acuerdo con Su propósito (Sal 139:13-16).
Entonces, lo que nos queda a nosotros, es amoldar nuestro pensamiento a El, a lo que dice Su Palabra (Rom 12:2), de tal manera que no hagamos las cosas como las hace el mundo, y podamos experimentar en todo lo que hacemos, dentro y fuera de la Iglesia, la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta, y cumplir con nuestro propósito y llamado en El (Sal 138:8).
Oración final.
Amado Padre, hoy vengo delante de ti para pedirte que Tú, mediante tu Espíritu Santo, alumbre los ojos de mi entendimiento de tal manera que pueda comprender que el trabajo que realizo todos los días, aunque sea fuera de la Iglesia, en mi casa, en el campo, en una fábrica, en un almacén, o en cualquier otro lugar, es un ministerio que estoy desarrollando para ti porqué Tu me elegiste para ello, y comprendiéndolo, a partir de hoy mismo, lo desarrolle haciendo mi mejor esfuerzo, poniendo mis mejores energías, con la mejor calidad posible, de tal manera que Tú seas glorificado en ello, y aún cuando a mi me parezca que mis jefes no lo estén reconociendo como tal, ni la remuneración que me están pagando a cambio sea la adecuada, entendiendo también que el bien que hago, tiene recompensa de parte Tuya. Todo ello te lo pido en el Nombre de Jesús.
Introducción.
Lamentablemente, los creyentes que trabajan en el mundo secular de lunes a sábado, y van a la iglesia los domingos, debido a que la iglesia ha ignorado casi por completo el asunto del trabajo, viven con la sensación de que lo que hacen durante la semana tiene muy poca relación con su fe, y mucho menos relación con el servicio a Dios, que por nuestra nueva naturaleza, todos tenemos un fuerte deseo de realizar en nuestro corazón a partir del momento mismo en que nos convertimos a El.
La idea de que nuestro trabajo secular, sea el que sea, siempre que no sea una actividad claramente calificada como pecaminosa en la Biblia, sea un servicio que hacemos para Dios, para muchos en la Iglesia del Señor Jesucristo, resulta una idea totalmente opuesta a lo que nos han enseñado, y considerar ese mismo trabajo como un ministerio, es demasiado.
Sin embargo, lo que la Biblia dice al respecto del trabajo apunta exactamente a eso: nuestro trabajo es un servicio a Dios y un ministerio para el cual El nos creó y llamó.
El objetivo de esta enseñanza es precisamente demostrar esos dos puntos mediante un examen de lo que las Escrituras dicen al respecto.
Versículo clave.
“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efe 2.10).
Versículos de apoyo.
Col 3:23-24, Deut 8.18, Gen 2.15.
Desarrollo del tema.
En el versículo clave, Efe 2.10, leemos que los creyentes somos hechura de Dios, creados por El para buenas obras, las cuales El preparó de antemano para que anduviéramos en ellas. Esto significa que cada uno de nosotros, independientemente del trabajo que realice, dentro o fuera de la iglesia (siempre que sea lícito de acuerdo a lo que dice la Biblia), fue puesto en ese trabajo por Dios, que lo preparó, y nos preparó a nosotros para hacerlo, desde antes de nuestra conversión para que lo desarrolláramos de una buena manera. El Sal 139 completa esa idea de una manera que no nos debería dejar ningún lugar para la duda:
“Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos.” (Sal 139:13-16, NVI).
Notemos lo siguiente, al leer ambos pasajes: Efe 2.10, Sal 139.13-16.
Uno. Dios, cuando fuimos engendrados por nuestros padres terrenales, estaba presente en el vientre de nuestra madre (aunque cuando ellos no fueran creyentes), viendo nuestro cuerpo en gestación, pero no solo viendo como un espectador pasivo, sino verificando que todo lo que se estaba haciendo era conforme a lo que El había planeado de antemano para nosotros (recordemos que El nos conoció desde antes de la fundación del mundo),
Dos. Por otro lado, en Su libro, ya estaban escritos y diseñados todos nuestros días, y obviamente, lo que íbamos a hacer en cada uno de ellos, las buenas obras que Dios preparó de antemano para que realizáramos.
Tres. Por lo tanto, nuestros días actuales, y entre ellos, nuestros trabajos actuales (así como los anteriores y los futuros), Dios los había planeado de antemano para nosotros, por lo tanto, nos había determinado para ellos.
Cuatro. Si todo eso es así, entonces el trabajo que estamos realizando ahora es un servicio que Dios planeó de nosotros para él, un ministerio, aunque no sea en el campo eclesiástico.
Cinco. Por otro lado, si el trabajo que estamos realizando ahora es una asignación que Dios nos dio, Dios está agradado de que nosotros estemos haciéndolo. Lo que nos queda a nosotros es hacerlo, entonces, para El, de la mejor manera posible (Col 3:22-24): “Siervos (empleados, trabajadores), obedeced en todo a vuestros amos terrenales (jefes, patrones), no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor (bien hecho, con nuestro mejor esfuerzo, calidad y dedicación) y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”
La palabra “ministerio”, aún cuando nosotros en nuestro lenguaje eclesiástico la hemos encumbrado para designar solo a lo que hacen algunas personas que consideramos sumamente especiales y espirituales, dentro de la iglesia, significa, simplemente, un servicio, un trabajo, una tarea, que hacemos para Dios y para las demás personas. Y nuestro trabajo, en muchos sentidos, cumple esos dos requisitos:
Primero. Es un trabajo que hacemos para Dios por cuanto todo lo que existe es de El, El lo creó y es para El. Rom 11:36 (NVI) dice: “Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén.” Y todas las cosas incluye nuestro trabajo, nuestra familia, las cosas que hacemos todos los días, el lugar donde trabajamos, etc.
Segundo. Es un trabajo que hacemos para las demás personas, por cuanto por medio de nuestro trabajo producimos bienes y servicios que suplen sus necesidades, producen utilidades a los dueños terrenales del negocio, generan impuestos que benefician a todos los habitantes del país, requieren de productos que venden otros proveedores y nos generan un ingreso que utilizamos para suplir las necesidades de nuestras familias.
Como consecuencia de todo lo anterior, si queremos experimentar la plenitud, el gozo, la bendición y el favor y la gracia de Dios en nuestros trabajos diarios, necesitamos renovar nuestro entendimiento al respecto, como nos instruye la Palabra:
“No vivan ya según los criterios del tiempo presente (de acuerdo a los pensamientos del mundo); al contrario, cambien su manera de pensar (pensar como piensa Dios) para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto.” (Rom 12:2, DHH).
Conclusión.
Todas las personas, creyentes o no, tenemos una asignación de parte de Dios que tiene que ver con el trabajo diario que estamos realizando, siempre que esta sea lícito aunque no lo hagamos dentro de la iglesia. Una vez convertidos a Cristo, esa asignación se convierte en un ministerio, por cuanto llegamos al entendimiento de que todas las cosas son de Dios, para Dios y por Dios (Rom 11:36), y que necesitamos hacerlas como para El (Col 3:22-24), además de que como El preparó esas cosas de antemano para que anduviéramos en ellas (Efe 2:10), El nos equipó para realizarlas de acuerdo con Su propósito (Sal 139:13-16).
Entonces, lo que nos queda a nosotros, es amoldar nuestro pensamiento a El, a lo que dice Su Palabra (Rom 12:2), de tal manera que no hagamos las cosas como las hace el mundo, y podamos experimentar en todo lo que hacemos, dentro y fuera de la Iglesia, la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta, y cumplir con nuestro propósito y llamado en El (Sal 138:8).
Oración final.
Amado Padre, hoy vengo delante de ti para pedirte que Tú, mediante tu Espíritu Santo, alumbre los ojos de mi entendimiento de tal manera que pueda comprender que el trabajo que realizo todos los días, aunque sea fuera de la Iglesia, en mi casa, en el campo, en una fábrica, en un almacén, o en cualquier otro lugar, es un ministerio que estoy desarrollando para ti porqué Tu me elegiste para ello, y comprendiéndolo, a partir de hoy mismo, lo desarrolle haciendo mi mejor esfuerzo, poniendo mis mejores energías, con la mejor calidad posible, de tal manera que Tú seas glorificado en ello, y aún cuando a mi me parezca que mis jefes no lo estén reconociendo como tal, ni la remuneración que me están pagando a cambio sea la adecuada, entendiendo también que el bien que hago, tiene recompensa de parte Tuya. Todo ello te lo pido en el Nombre de Jesús.
10
Nov
2008