La generación de Josué.
LA PROXIMA GENERACIÓN DE CREYENTES: LA GENERACION DE JOSUE.
Lic. Gustavo A. Bianchi S.
La generación de Josué es la generación que conquistó la tierra prometida que Dios le entregó al pueblo de Israel después de pasar 40 años en el desierto. En consecuencia, es una generación de conquista, de hazañas, de proezas, de hombres y mujeres esforzados y valientes que creyeron en Dios y en su promesa y tomaron el botín que les correspondía como resultado de esa promesa.
“De esta manera dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres, y la poseyeron y habitaron en ella. Y Jehová les dio reposo alrededor, conforme a todo lo que había jurado a sus padres; y ninguno de todos sus enemigos pudo hacerles frente, porque Jehová entregó en sus manos a todos sus enemigos. No falto palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió.” (Jos 21:43.45).
Esta generación de conquistadores fue precedida por la generación de Moisés, el libertador. La generación de Moisés es una generación que sale de Egipto y va por el desierto hasta la orilla de la tierra prometida. Es una generación de transición entre la esclavitud del pecado (Egipto) y la vida en abundancia ofrecida por Cristo (la tierra prometida). Una generación que se acomodó, y se retrajo de los retos que El Señor puso delante de ellos, que no siguió la visión y el sueño de Dios, que temió.
“Y les contaron, diciendo: Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella. Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac. Amalec habita el Neguev, y el heteo, el jebuseo y el amorreo habitan en el monte, y el cananeo habita junto al mar, y a la ribera del Jordán. Entonces Caleb hizo callar al pueblo delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos. Mas los varones que subieron con él, dijeron: No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros. Y hablaron mal entre los hijos de Israel, de la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos.” (Num 13:27-33).
“Y Josué hijo de Num y Caleb hijo de Jefone, que eran de los que habían reconocido la tierra, rompieron sus vestidos, y hablaron a toda la congregación de los hijos de Israel, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla es tierra en gran manera buena. Si Jehová se agradare de nosotros, El nos llevará a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis. Entonces toda la multitud habló de apedrearlos...” (Num 14:6-10).
La generación de Moisés fue una generación que se quedó viviendo a la orilla de la tierra prometida, recibiendo bendiciones del Señor (la provisión de sus necesidades, la nube y el fuego de Su presencia, bebiendo del agua del río del Espíritu (el río Jordán), pero que no vivió la plenitud de las promesas (la tierra que fluye leche y miel). Una generación que acampó separada por el río del Espíritu a la par de los usurpadores de la tierra prometida (los incircuncisos), celebrando, pero sin entrar en medio de ellos y ganar realmente la tierra para el Señor.
En la historia de la Iglesia en Guatemala y de América Latina, estamos asistiendo a una transición generacional en el mundo evangélico: el paso de la generación de Moisés (la generación libertada que llegó a la orilla de la tierra prometida pero que no asumió el rol de conquistadora, que se acomodó a su libertad), a la generación de Josué, la generación conquistadora. La generación que se va a encargar de llevar a cabo, hasta sus últimas consecuencias la Gran Comisión del Señor Jesucristo:
“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mat 28:18-20).
Este pasaje, por años lo ha practicado la Iglesia pero lo ha entendido mal en varias formas:
Primero. Lo ha entendido solo como evangelismo, sin seguimiento, consolidación y enseñanza
sistemática posterior (los “pescados” regresan al mar),
Segundo. Se ha aplicado solo referido a personas en todas las naciones y no a naciones enteras incluyendo personas, instituciones, organizaciones y gobiernos.
Si analizamos cuidadosamente esas Palabras vamos a notar, por lo menos, dos hechos importantes:
Uno. Jesús ya recibió todo el poder, tanto en el cielo, como en la tierra, y ello implica el poder de todas las organizaciones que forman la nación desde su base hasta su cabeza: familias, iglesias, poblaciones, negocios, cámaras y asociaciones, organizaciones, instituciones, partidos políticos y gobierno (incluye los tres organismos: Ejecutivo, Legislativo, Judicial).
Dos. Porque Jesús ya recibió el poder en ellas, Su Pueblo, los creyentes, en todas las naciones, deben ir y tomar en Su Nombre, ese poder y ejercerlo para la gloria de Dios (Jn 15).
En la mayoría de nuestros países, derivado de la tradición religiosa en la que vivimos por siglos a partir de la conquista, se nos transmitió una cultura relacionada con la política, el gobierno, los negocios y las áreas “laicas” de la vida de la nación, que las satanizó y mundanalizó, dando como resultado que los creyentes se retrajeran no solo de ver el trabajo en esas áreas como un trabajo espiritual y ministerial, sino también de aspirar servir a Dios desde esos campos, por el menosprecio que podían experimentar de sus hermanos. Por años se nos ha olvidado lo que dice Dios:
“Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad de los hijos de Dios.” (Rom 8:19-21).
Por años la Iglesia ha estado orando al Señor por que nos entregue nuestras naciones, aunque lo que realmente hemos estado pidiendo son las personas (una parte de la nación) y no la nación entera porque ha habido áreas de la vida nacional que han quedado al margen de la perspectiva de la Iglesia, y por ende, de su participación y acción decidida para tomarlas. Son áreas que fueron “satanizadas” por la Iglesia como áreas de contaminación para los creyentes como fueron la política, el gobierno, el mundo de los negocios, las finanzas, las empresas, la educación, la justicia, etc. Como consecuencia de esa “satanización”, se ha producido un menosprecio y un escape en todo sentido de esas áreas: no participación, no enseñanza, no capacitación, y áreas que debieron quedar bajo el Señorío de Cristo han quedado por todo este tiempo pasado en manos del señorío del diablo, del mundo y de la carne, trayendo oprobio a nuestras naciones en lugar del bienestar ofrecido por Dios para aquellas naciones cuyo Dios sea El.
“Jehová hace nulo el consejo de las naciones, y frustra las maquinaciones de los pueblos. El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones. Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová, el pueblo que El escogió como heredad para sí.” (Sal 33:10-12).
Si la Iglesia menosprecia esas áreas, obviamente no va a ir a tomarlas, no va a preparar a sus miembros para ejercer el poder y la autoridad en ellas, y en consecuencia, se va a producir un vacío de liderazgo en esas áreas que va a ser llenado por no creyentes enseñados bajo los principios y valores del mundo (contrarios a la Palabra de Dios, y por ende, impíos), que van a dar como resultado, instituciones impías, leyes impías, gobiernos impíos y naciones impías, que es de hecho lo que ha estado pasando en nuestros países, incrementándose las crisis, la violencia, la impiedad y la maldad, a pesar del crecimiento de la Iglesia en ellos.
Siendo objetivos debemos hacer dos acotaciones al respecto:
Primero. Si bien la presencia de la Iglesia en nuestros países ha frenado la maldad, como sal de la tierra que somos,
Segundo. Por la falta de ser luz de nuestras naciones al escapar de nuestra responsabilidad en
esas áreas, hemos permitido que esas áreas sean tomadas por el diablo y la maldad sea mayor de lo que debió haber sido si hubiéramos cumplido nuestra responsabilidad en tomar para el Señorío de Cristo todas las áreas de la vida de nuestras naciones para que sus actividades fueran enmarcadas dentro de los principios de la Palabra de Dios.
Dios en su fidelidad nos ha entregado una buena parte de las personas pero ha llegado el tiempo que El quiere ir más allá: quiere entregarnos las naciones enteras de acuerdo al cumplimiento de su visión en Mateo 28:18-20.
Este mandato implica el hacer discípulos en todas las naciones pero también a las naciones enteras. Es el cumplimiento de la Palabra profética del Padre para Jesús contenida en el Salmo 2 que se refiere primordial, pero no exclusivamente, al Reino Milenial:
“Yo publicaré el decreto, Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás.” (Sal 2:7-9).
pero cuyas primicias se van a recoger en esta era de la Iglesia:
“Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; admitid amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor. Honrad al Hijo para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todo los que en El confían.” (Sal 2:10.12).
Podríamos hacernos la pregunta: ¿cómo podrán los reyes y los jueces de la tierra ser prudentes, recibir amonestación, servir a Jehová con temor y honrar a Jesús, si no fueran salvos, si no fueran entrenados en los principios de la Palabra de Dios relacionados con esos oficios específicos? De lo que necesariamente tendremos que admitir que esos jueces y esos reyes deben ser creyentes discipulados.
Sería injusto no reconocer que algunos hermanos y hermanas han asumido sus roles en esas áreas con toda propiedad y con un buen testimonio, pero la gran mayoría que lo han intentado han fracasado por falta de conocimiento y de visión, dando como resultado hermanos que han asumido roles de liderazgo en organizaciones e institucionales pero no han contado con apoyo de otros hermanos, y han ido rodeados por no creyentes, que han terminado por imponer sus criterios en esas organizaciones, otros hermanos que han incursionado en el campo de la política pero que han sido más políticos que creyentes, y hermanos negociantes que han sido más negociantes que creyentes, y se han dejado absorber por el sistema impío que la Iglesia permitió que se instalara en nuestros países por no asumir su rol de formadora en esas áreas de la vida.
“Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos.” (Ose 4:6).
“Sin profecía el pueblo se desenfrena; mas el que guarda la ley es bienaventurado.” (Prov 29.18).
“Donde no hay visión, el pueblo se desenfrena, pero bienaventurado es el que guarda la ley.” (Prov 29:18, LBDA).
Es el tiempo que la Iglesia reasuma su rol de formadora de los creyentes para que ellos hagan la obra del ministerio en y desde los lugares en los que Dios los ha ubicado y rompa con el mito profundamente arraigado en el fondo de nuestros corazones de dos tipos de creyentes: “ministros” y “laicos o miembros”.
“Y El mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevador por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel que es la Cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (Efe 4:11-16).
Si bien es cierto tenemos el reconocimiento mental de que esa separación no es bíblica, en el fondo de nuestros corazones (que es de donde emana nuestro comportamiento, conductas y paradigmas --o mapas mentales que nos sirven de referencia para nuestro diario vivir--) esos mitos están profundamente arraigados. Basta el siguiente ejemplo para evidenciarlo: cuando los creyentes llegan a cierto grado de madurez en el fondo de sus corazones nace el deseo de servir al Señor tiempo completo y el primer pensamiento es querer dejar todo lo que están haciendo “civilmente” en ese momento e incorporarse a tiempo completo al trabajo eclesiástico (¿estoy equivocado?)
Necesitamos ser renovados profundamente en nuestro pensamiento cultural evangélico (no bíblico) para llegar al verdadero entendimiento de lo que el Señor nos ha enviado a hacer al mundo:
“No os conforméis a este siglo (el pensamiento del mundo o la cultura evangélica no bíblica), sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Rom 12:2).
“...Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con Su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a El sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”. (Apo 1:5-6).
Jesús tenía en mente que nosotros, sus discípulos, reináramos en Su Nombre cuando les enseñó a sus discípulos a orar:
“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino (no dice que sea solo la parte espiritual, sino todo Su reino). Hágase tu voluntad, como en el cielo, así en la tierra.” (Mat 6:9-410).
Y también cuando les dijo:
“...Toda potestad [no dice que solo algunas, las espirituales, sino que todas: espirituales y terrenales] me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,...” (Mat 28:18-19).
Es lo mismo que Dios tenía en mente cuando dijo:
“La buena influencia de los ciudadanos justos hace prosperar la ciudad; pero la decadencia moral de los malvados la lleva cuesta abajo.” (Prov 11:11, LBAD).
“En el bien de los justos la ciudad se alegra; mas cuando los impíos perecen hay fiesta. Por la bendición de los rectos la ciudad será engrandecida; más por la boca de los impíos será trastornada.” (Prov 11:10.11).
“Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo gime.” (Prov 29:2).
Es la hora que la generación de Josué se levante y dentro de la Iglesia se levanten hermanos como los hijos de Isacar, “entendidos en los tiempos”, que formen, enseñen, adiestren y guíen a sus hermanos a activar masivamente en cada una de esas áreas de la vida nacional que hemos descuidado, y traerlas a funcionar bajo los principios de la Palabra de Dios, que traigan el entendimiento que esas actividades son un Ministerio y un Llamado de Dios para el que El equipa con Sus Dones, y que son irrevocables, para que podamos cumplir los propósitos, planes y deseos del corazón de Dios para nuestras naciones (Jer 29:11, Jer 17:5-8), en cada una de las áreas de la vida nacional.
AL SEÑOR DIOS TODOPODEROSO SEA TODA LA GLORIA, HONRA Y ALABANZA.
Lic. Gustavo A. Bianchi S.
La generación de Josué es la generación que conquistó la tierra prometida que Dios le entregó al pueblo de Israel después de pasar 40 años en el desierto. En consecuencia, es una generación de conquista, de hazañas, de proezas, de hombres y mujeres esforzados y valientes que creyeron en Dios y en su promesa y tomaron el botín que les correspondía como resultado de esa promesa.
“De esta manera dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres, y la poseyeron y habitaron en ella. Y Jehová les dio reposo alrededor, conforme a todo lo que había jurado a sus padres; y ninguno de todos sus enemigos pudo hacerles frente, porque Jehová entregó en sus manos a todos sus enemigos. No falto palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió.” (Jos 21:43.45).
Esta generación de conquistadores fue precedida por la generación de Moisés, el libertador. La generación de Moisés es una generación que sale de Egipto y va por el desierto hasta la orilla de la tierra prometida. Es una generación de transición entre la esclavitud del pecado (Egipto) y la vida en abundancia ofrecida por Cristo (la tierra prometida). Una generación que se acomodó, y se retrajo de los retos que El Señor puso delante de ellos, que no siguió la visión y el sueño de Dios, que temió.
“Y les contaron, diciendo: Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella. Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac. Amalec habita el Neguev, y el heteo, el jebuseo y el amorreo habitan en el monte, y el cananeo habita junto al mar, y a la ribera del Jordán. Entonces Caleb hizo callar al pueblo delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos. Mas los varones que subieron con él, dijeron: No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros. Y hablaron mal entre los hijos de Israel, de la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos.” (Num 13:27-33).
“Y Josué hijo de Num y Caleb hijo de Jefone, que eran de los que habían reconocido la tierra, rompieron sus vestidos, y hablaron a toda la congregación de los hijos de Israel, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla es tierra en gran manera buena. Si Jehová se agradare de nosotros, El nos llevará a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis. Entonces toda la multitud habló de apedrearlos...” (Num 14:6-10).
La generación de Moisés fue una generación que se quedó viviendo a la orilla de la tierra prometida, recibiendo bendiciones del Señor (la provisión de sus necesidades, la nube y el fuego de Su presencia, bebiendo del agua del río del Espíritu (el río Jordán), pero que no vivió la plenitud de las promesas (la tierra que fluye leche y miel). Una generación que acampó separada por el río del Espíritu a la par de los usurpadores de la tierra prometida (los incircuncisos), celebrando, pero sin entrar en medio de ellos y ganar realmente la tierra para el Señor.
En la historia de la Iglesia en Guatemala y de América Latina, estamos asistiendo a una transición generacional en el mundo evangélico: el paso de la generación de Moisés (la generación libertada que llegó a la orilla de la tierra prometida pero que no asumió el rol de conquistadora, que se acomodó a su libertad), a la generación de Josué, la generación conquistadora. La generación que se va a encargar de llevar a cabo, hasta sus últimas consecuencias la Gran Comisión del Señor Jesucristo:
“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mat 28:18-20).
Este pasaje, por años lo ha practicado la Iglesia pero lo ha entendido mal en varias formas:
Primero. Lo ha entendido solo como evangelismo, sin seguimiento, consolidación y enseñanza
sistemática posterior (los “pescados” regresan al mar),
Segundo. Se ha aplicado solo referido a personas en todas las naciones y no a naciones enteras incluyendo personas, instituciones, organizaciones y gobiernos.
Si analizamos cuidadosamente esas Palabras vamos a notar, por lo menos, dos hechos importantes:
Uno. Jesús ya recibió todo el poder, tanto en el cielo, como en la tierra, y ello implica el poder de todas las organizaciones que forman la nación desde su base hasta su cabeza: familias, iglesias, poblaciones, negocios, cámaras y asociaciones, organizaciones, instituciones, partidos políticos y gobierno (incluye los tres organismos: Ejecutivo, Legislativo, Judicial).
Dos. Porque Jesús ya recibió el poder en ellas, Su Pueblo, los creyentes, en todas las naciones, deben ir y tomar en Su Nombre, ese poder y ejercerlo para la gloria de Dios (Jn 15).
En la mayoría de nuestros países, derivado de la tradición religiosa en la que vivimos por siglos a partir de la conquista, se nos transmitió una cultura relacionada con la política, el gobierno, los negocios y las áreas “laicas” de la vida de la nación, que las satanizó y mundanalizó, dando como resultado que los creyentes se retrajeran no solo de ver el trabajo en esas áreas como un trabajo espiritual y ministerial, sino también de aspirar servir a Dios desde esos campos, por el menosprecio que podían experimentar de sus hermanos. Por años se nos ha olvidado lo que dice Dios:
“Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad de los hijos de Dios.” (Rom 8:19-21).
Por años la Iglesia ha estado orando al Señor por que nos entregue nuestras naciones, aunque lo que realmente hemos estado pidiendo son las personas (una parte de la nación) y no la nación entera porque ha habido áreas de la vida nacional que han quedado al margen de la perspectiva de la Iglesia, y por ende, de su participación y acción decidida para tomarlas. Son áreas que fueron “satanizadas” por la Iglesia como áreas de contaminación para los creyentes como fueron la política, el gobierno, el mundo de los negocios, las finanzas, las empresas, la educación, la justicia, etc. Como consecuencia de esa “satanización”, se ha producido un menosprecio y un escape en todo sentido de esas áreas: no participación, no enseñanza, no capacitación, y áreas que debieron quedar bajo el Señorío de Cristo han quedado por todo este tiempo pasado en manos del señorío del diablo, del mundo y de la carne, trayendo oprobio a nuestras naciones en lugar del bienestar ofrecido por Dios para aquellas naciones cuyo Dios sea El.
“Jehová hace nulo el consejo de las naciones, y frustra las maquinaciones de los pueblos. El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones. Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová, el pueblo que El escogió como heredad para sí.” (Sal 33:10-12).
Si la Iglesia menosprecia esas áreas, obviamente no va a ir a tomarlas, no va a preparar a sus miembros para ejercer el poder y la autoridad en ellas, y en consecuencia, se va a producir un vacío de liderazgo en esas áreas que va a ser llenado por no creyentes enseñados bajo los principios y valores del mundo (contrarios a la Palabra de Dios, y por ende, impíos), que van a dar como resultado, instituciones impías, leyes impías, gobiernos impíos y naciones impías, que es de hecho lo que ha estado pasando en nuestros países, incrementándose las crisis, la violencia, la impiedad y la maldad, a pesar del crecimiento de la Iglesia en ellos.
Siendo objetivos debemos hacer dos acotaciones al respecto:
Primero. Si bien la presencia de la Iglesia en nuestros países ha frenado la maldad, como sal de la tierra que somos,
Segundo. Por la falta de ser luz de nuestras naciones al escapar de nuestra responsabilidad en
esas áreas, hemos permitido que esas áreas sean tomadas por el diablo y la maldad sea mayor de lo que debió haber sido si hubiéramos cumplido nuestra responsabilidad en tomar para el Señorío de Cristo todas las áreas de la vida de nuestras naciones para que sus actividades fueran enmarcadas dentro de los principios de la Palabra de Dios.
Dios en su fidelidad nos ha entregado una buena parte de las personas pero ha llegado el tiempo que El quiere ir más allá: quiere entregarnos las naciones enteras de acuerdo al cumplimiento de su visión en Mateo 28:18-20.
Este mandato implica el hacer discípulos en todas las naciones pero también a las naciones enteras. Es el cumplimiento de la Palabra profética del Padre para Jesús contenida en el Salmo 2 que se refiere primordial, pero no exclusivamente, al Reino Milenial:
“Yo publicaré el decreto, Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás.” (Sal 2:7-9).
pero cuyas primicias se van a recoger en esta era de la Iglesia:
“Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; admitid amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor. Honrad al Hijo para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todo los que en El confían.” (Sal 2:10.12).
Podríamos hacernos la pregunta: ¿cómo podrán los reyes y los jueces de la tierra ser prudentes, recibir amonestación, servir a Jehová con temor y honrar a Jesús, si no fueran salvos, si no fueran entrenados en los principios de la Palabra de Dios relacionados con esos oficios específicos? De lo que necesariamente tendremos que admitir que esos jueces y esos reyes deben ser creyentes discipulados.
Sería injusto no reconocer que algunos hermanos y hermanas han asumido sus roles en esas áreas con toda propiedad y con un buen testimonio, pero la gran mayoría que lo han intentado han fracasado por falta de conocimiento y de visión, dando como resultado hermanos que han asumido roles de liderazgo en organizaciones e institucionales pero no han contado con apoyo de otros hermanos, y han ido rodeados por no creyentes, que han terminado por imponer sus criterios en esas organizaciones, otros hermanos que han incursionado en el campo de la política pero que han sido más políticos que creyentes, y hermanos negociantes que han sido más negociantes que creyentes, y se han dejado absorber por el sistema impío que la Iglesia permitió que se instalara en nuestros países por no asumir su rol de formadora en esas áreas de la vida.
“Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos.” (Ose 4:6).
“Sin profecía el pueblo se desenfrena; mas el que guarda la ley es bienaventurado.” (Prov 29.18).
“Donde no hay visión, el pueblo se desenfrena, pero bienaventurado es el que guarda la ley.” (Prov 29:18, LBDA).
Es el tiempo que la Iglesia reasuma su rol de formadora de los creyentes para que ellos hagan la obra del ministerio en y desde los lugares en los que Dios los ha ubicado y rompa con el mito profundamente arraigado en el fondo de nuestros corazones de dos tipos de creyentes: “ministros” y “laicos o miembros”.
“Y El mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevador por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel que es la Cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (Efe 4:11-16).
Si bien es cierto tenemos el reconocimiento mental de que esa separación no es bíblica, en el fondo de nuestros corazones (que es de donde emana nuestro comportamiento, conductas y paradigmas --o mapas mentales que nos sirven de referencia para nuestro diario vivir--) esos mitos están profundamente arraigados. Basta el siguiente ejemplo para evidenciarlo: cuando los creyentes llegan a cierto grado de madurez en el fondo de sus corazones nace el deseo de servir al Señor tiempo completo y el primer pensamiento es querer dejar todo lo que están haciendo “civilmente” en ese momento e incorporarse a tiempo completo al trabajo eclesiástico (¿estoy equivocado?)
Necesitamos ser renovados profundamente en nuestro pensamiento cultural evangélico (no bíblico) para llegar al verdadero entendimiento de lo que el Señor nos ha enviado a hacer al mundo:
“No os conforméis a este siglo (el pensamiento del mundo o la cultura evangélica no bíblica), sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Rom 12:2).
“...Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con Su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a El sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”. (Apo 1:5-6).
Jesús tenía en mente que nosotros, sus discípulos, reináramos en Su Nombre cuando les enseñó a sus discípulos a orar:
“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino (no dice que sea solo la parte espiritual, sino todo Su reino). Hágase tu voluntad, como en el cielo, así en la tierra.” (Mat 6:9-410).
Y también cuando les dijo:
“...Toda potestad [no dice que solo algunas, las espirituales, sino que todas: espirituales y terrenales] me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,...” (Mat 28:18-19).
Es lo mismo que Dios tenía en mente cuando dijo:
“La buena influencia de los ciudadanos justos hace prosperar la ciudad; pero la decadencia moral de los malvados la lleva cuesta abajo.” (Prov 11:11, LBAD).
“En el bien de los justos la ciudad se alegra; mas cuando los impíos perecen hay fiesta. Por la bendición de los rectos la ciudad será engrandecida; más por la boca de los impíos será trastornada.” (Prov 11:10.11).
“Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo gime.” (Prov 29:2).
Es la hora que la generación de Josué se levante y dentro de la Iglesia se levanten hermanos como los hijos de Isacar, “entendidos en los tiempos”, que formen, enseñen, adiestren y guíen a sus hermanos a activar masivamente en cada una de esas áreas de la vida nacional que hemos descuidado, y traerlas a funcionar bajo los principios de la Palabra de Dios, que traigan el entendimiento que esas actividades son un Ministerio y un Llamado de Dios para el que El equipa con Sus Dones, y que son irrevocables, para que podamos cumplir los propósitos, planes y deseos del corazón de Dios para nuestras naciones (Jer 29:11, Jer 17:5-8), en cada una de las áreas de la vida nacional.
AL SEÑOR DIOS TODOPODEROSO SEA TODA LA GLORIA, HONRA Y ALABANZA.
05
Ene
2009