La doctrina de la Salvación.
LA COSMOVISIÓN CRISTIANA BIBLICA (12).
LA DOCTRINA DE LA SALVACIÓN.
Introducción.
En la Iglesia Cristiana de hoy existe una tendencia constante a trivializar la naturaleza de la salvación, como si no significará más que:
• Una auto-transformación o
• El perdón de nuestros pecados o
• Un pasaporte personal al paraíso o
• Una experiencia mística privada sin consecuencias sociales ni morales o
• Un pasaporte a las bendiciones (aparte de la obediencia).
Es una necesidad imperiosa rescatar la salvación de estas caricaturas y recuperar la doctrina en toda su integridad bíblica.
La salvación es una transformación radical en tres fases y en tres áreas:
UNO. Comienza ahora, continúa a lo largo de toda la vida en la tierra y llegará a su perfección cuando Cristo venga.
DOS. En nuestro ser (la persona, 2 Cor 5:17), en nuestras relaciones (con Dios y con los demás, Mat 22:36-40) y en nuestras actividades (Col 3:22-24).
TRES. De tal manera que debe afectar, influir, transformar todo a nuestro alrededor (2 Cor 5.17-20): persona, familia, iglesia, organizaciones, sociedad, nación.
No podemos ni debemos separar la Salvación del Reino de Dios.
En la Biblia la salvación y el Reino de Dios son prácticamente sinónimos, dos maneras de describir la misma obra de Dios (Isa 52:7).
Allí donde Dios reina, salva (Rom 10:8-10).
Mar 10:24-26 evidencia que entrar en el Reino, para Jesús y sus discípulos, equivalía a ser salvos.
Una vez que se ha establecido esta identificación, la salvación adquiere un alcance más amplio: el Reino de Dios es el gobierno dinámico de Dios que:
• Irrumpe en la historia humana a través de Jesús.
• Enfrenta, combate y vence el mal, donde quiera que este se encuentre.
• Trae bienestar integral a nivel personal, familiar y comunitario.
• Toma posesión de su pueblo con plena bendición y plena demanda.
La Iglesia está llamada a ser la comunidad del Reino, un modelo de lo que es una comunidad humana gobernada por Dios, y una alternativa desafiante para la sociedad no cristiana.
La consumación, el perfeccionamiento del Reino apunta al momento cuando nuestros cuerpos, nuestra sociedad y el universo serán renovados, y el pecado, el dolor, la banalidad, la enfermedad y la muerta serán erradicados.
La salvación es un concepto amplísimo (que va mucho, pero mucho más allá de "mi" hasta el “nosotros”, el “mundo”). No tenemos derecho a reducirlo.
No podemos ni debemos separar a Jesús el Salvador de Jesús el Señor.
Rom 10:8-10: las afirmaciones "Jesús es Señor" y "Jesús es Salvador" son intercambiables.
No puede haber salvación sin señorío, ni señorío sin salvación.
Su señorío supera ampliamente los límites del área religiosa de nuestras vidas: incluye toda nuestra experiencia de vida, pública y privada, en el hogar y en el trabajo, como miembros de una iglesia y como ciudadanos con deberes cívicos, las responsabilidades evangelísticas y las sociales.
No podemos ni debemos separar la fe del amor.
Si bien la justificación es por fe solamente, la fe no puede permanece sola.
Si es fe viva y auténtica, inevitablemente resultará en buenas obras, de lo contrario, es espuria (Sant 2.17-18)
Jesús enseñó esto cuando describió el juicio final con la imagen de las ovejas y los cabritos.
Nuestras buenas obras de amor hacia nuestros hermanos y hermanas más pequeños, dijo Jesús, revelarían y serían la base para juzgar nuestra actitud hacia El (Mat 25:31-46)(1 Jn 3:17, Tit 2:14, Efe 2:10, Gal 5:6, 5:13).
Esta es la secuencia: fe, amor, servicio.
La fe verdadera se traduce en amor y el amor verdadero se traduce en servicio.
Debemos tener mucho cuidado de no enaltecer la fe y el conocimiento a expensas del amor (1 Cor 13:1-3).
La fe que salva y el amor que sirve van de la mano; si uno falta, el otro también; ninguno de los dos existe solo.
Señorío de Cristo y Salvación.
La condición de Cristo como Salvador, y su condición de Señor – Señorío – no pueden ser separadas (Isa 55:6-7; Mat 6:12; 7:21-27; 10:32-33; 11:28-29; Luc 18:18-30; 19:1-10; 24:46-47; Hch 2:37-38; 3:19; 5:31; 17:30; 16:31; 20:21; Rom 2:4; 4:23-24; 10:9; 2 Cor 7:10; Heb 5:9; 6:1; 1 Ped 1:2; Apo 3:19).
La aceptación de Cristo como Señor no requiere la formulación de alguna expresión verbal particular (Hch 2:21).
El esfuerzo de algunas teologías por definir a Jesús respecto a los propósitos de la salvación sin referencia alguna a la autoridad de Su Señorío, es presentar un Cristo falso. No puede haber un verdadero entendimiento de la salvación allí donde Cristo sea considerado Salvador aparte de ser Señor. Nadie puede recibir a Cristo como su Salvador mientras le rechaza conscientemente como Señor. Esto es engaño (1 Cor 6:9-11; 1 Jn 3:6-8).
No son salvos quienes profesan aceptación de Cristo sin afrontar explícita o implícitamente el tema de Su Señorío. Estas personas, en algún momento, con mucha probabilidad, harán que esto se haga evidente al persistir en un estilo de vida no regenerado (Mat 7:21; 1 Cor 6:9-11; Gal 5:16-24; Heb 10:26-31).
Una vida persistente de desobediencia al Señor no puede ser de ninguna manera la vida de un cristiano verdadero (Heb 10:26-31; 1 Jn 3:1-12).
El Nuevo Testamento no enseña sobre dos clases de cristianos:
Uno. Aquellos que han aceptado a Cristo como Salvador pero que permanecen en un estado estático de inmadurez o carnalidad (los así llamados “creyentes secretos” o “cristianos carnales”).
Dos. Aquellos que han proseguido obedeciendo a Cristo como Señor y por lo tanto han llegado a ser Sus “discípulos espirituales.”
Esta distinción es un recurso artificial y una concepción falsa del Cuerpo de Cristo.
Algunos pueden aceptar a Cristo y ser salvos sin estar conscientemente enfocados en el tema del Señorío de Cristo, pero se han sometido implícitamente a Su dirección y obediencia a las Escrituras.
Al compartir el evangelio con otros, es perfectamente bíblico confrontar a un individuo con el asunto de su reconocimiento del Señorío de Cristo el Creador. Este método de presentar el evangelio no le añade “obras meritorias” a la salvación ni la rendición al Señorío de Cristo en la conversión constituye una “obra meritoria.”
Señorío, Salvación y Santificación.
El Nuevo Testamento enseña una relación profunda e indiscutible entre la justificación y la santificación. La perspectiva del Nuevo Testamento sobre la salvación es que la justificación se mostrará en una vida de crecimiento gradual en santificación a medida que el creyente responde al
Señorío que fue aceptado y que comenzó en el momento de la salvación (Jn 14:15; Hch 15:20; Rom 6:6-7, 15-23; 8:12-13; 12:1-2; 13:13-14; 1 Cor 6:9-11; 2 Cor 6:16 – 7:1; Gal 5:16-26; Efe 4:14–5:11; Fil 1:6; 2:12-13; Col 3:5 – 4:6; 1 Tes 4:3; 2 Tes 2:13; 1 Tim 6:11-12; 2 Tim 2:19, 22; Tito 2:11-14; Heb 5:9; 12:14; Sant 2:14-26; 1 Ped 1:13-23; 4:1-3; 2 Ped 1:4-11; 3:14; 1 Jn 1:9–2:6; 2:15-17; 3:1-10; Apo 3:21).
Santificación no implica perfección o la ausencia del pecado intermitente o la batalla con el mismo. (1 Jn 1:9–2:6).
El progreso de la santificación no es uniforme para todos los creyentes.
Todos los verdaderos Cristianos se hallan en alguna de varias etapas del crecimiento en la obra santificadora del Espíritu Santo, sin la cual no hay “salvación” en lo absoluto en el sentido bíblico y del Nuevo Testamento (Rom 6:11-18; 1 Cor 6:9-11; Gal 5:16-24; Heb 12:14).
La Fe Salvadora.
La fe salvadora es siempre el instrumento o medio a través del cual Cristo salva al pecador (Jn 3:15-16, 18, 36; 5:24; Hch 10:43; Rom 3:23-26; 10:9-10).
La fe salvadora nunca es una base meritoria para la salvación (Rom 3:27-28; Efe 2:8-9; Tito 3:5-7).
Ninguna persona pueda venir a la fe salvadora a menos que el Espíritu del Señor la acerque (Jn 6:44, 65; Tito 3:3-7).
La fe salvadora es un don de la gracia de Dios que implica una cantidad de elementos implícitos en un evento:
PRIMERO. Arrepentimiento (Isa 1:16-17; Mat 3:8; Luc 24:46-47; Hch 2:37-38; 3:19, 26; 5:31; 11:18; 14:15; 17:30; 20:21; 26:18, 20; Rom 2:4; 2 Cor 7:10-11; 1 Tes 1:9; 2 Tim 2:25; 1 Jn 3:6-8; 2:1-6).
SEGUNDO. Obediencia al llamado de Cristo (Mat 11:28-30; Luc 9:23; Jn 3:36; 5:39-40; 6:44; 7:37-38; Rom 1:5; 1 Ped 1:2).
TERCERO. Confianza únicamente en Cristo para impartir vida nueva y eterna (Jn 1:12; 3:14-18, 36; 5:24; 38-47; 6:28-29, 35-40, 57-58; 7:38; 11:25; 20:31; Rom 4:23-25; 2 Tim 1:12).
El Arrepentimiento y la Salvación.
El arrepentimiento es requisito previo para la salvación (Luc 24:46-47; Hch 2:37-38; 3:19; 5:31; 17:30; 20:21; 26:18; Rom 2:4; 2 Cor 7:10; 1 Jn 3:6-8; 2:1-6).
Comprende el reconocimiento, de mente y corazón, por parte del pecador con respecto a su pecaminosidad, su estado perdido y su necesidad de volverse de su pecado (Sal 32:5; 51:1-19; Prov 28:13; Jer 3:13; Eze 36:31; Mat 3:6; Hch 19:18; Rom 6:12, 16; 1 Jn 1:9-10).
También comprende su llegada a Cristo, a Su condición de Dueño y Señor, para obediencia a Sus mandamientos (Jer 31:30; Mat 5:17-19; 7:21-23; 22:37-40; 28:19-20; Jn 3:36; 14:15; Hch 6:7; Rom 1:5; 2:8; 10:9-10; 16:19, 26; 1 Cor 9:21; Fil 2:9-13; Tito 2:14; Heb 3:18-19; 4:2-6; 5:9; 11:8; Sant 1:22 – 2:26; 1 Ped 1:2; 4:17; 1 Jn 2:4; 3:4).
Nadie tiene un verdadero arrepentimiento si cree que puede tratar adecuadamente con su pecado simplemente implementando un plan de reforma (Sal 49:7-8; Jer 13:23; Rom 3:19-28).
Conclusiones.
El Señorío de Cristo no es algo teórico, es algo que debe mostrarse en la vida de cada creyente.
Sin la manifestación de ese Señorío, no hay salvación (Rom 10:8-10).
La manifestación del Señorío de Cristo en nuestra vida significa la adopción y la manifestación de un estilo de vida de acuerdo a los principios de la Palabra, siendo los más importantes de esos principios: la fe, el amor, y el servicio (Mat 5, 6 y 7).
Es el estilo de vida del Reino, que manifiesta la permanencia del Reino entre nosotros, y que es la respuesta a la oración que Jesús nos enseño: “venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mat 6:10).
Un estilo de vida de este tipo, necesariamente, tiene que afectarnos, no solo a nosotros como personas, sino también a nuestras relaciones y nuestras actividades (el aspecto social de nuestra vida, (Mat 5:13-16)..
En consecuencia, al sumar esas influencias y efectos de todos los creyentes en su vida personal y social (relaciones y actividades) necesariamente se debe producir una influencia y una transformación en mayor o menor grado, en la sociedad en la cual vivimos (Mat 13:33).
Esto es la manifestación del cumplimiento del discipular a las naciones (Mat 28:18-20).
Una vez discipuladas las naciones (en mayor o menor grado), por la influencia del estilo de vida de los creyentes (masa crítica), las instituciones, las estructuras y los sistemas sociales comienzan a humanizarse, a manifestar la justicia, la paz, el amor, y con ello, el gozo, que son las señales del Reino (Rom 14:17)
Por lo tanto, la manifestación de la salvación no es solamente una manifestación en lo individual, sino también en lo social, y la Iglesia, en lugar de encerrarse en las cuatro paredes de sus templos, debe proyectarse hacia la sociedad que la rodea, para permearla, influirla, transformarla.
De acuerdo a lo que nos enseña Efe 4:11-16, la iglesia es la instructora de los santos (todos los creyentes, que son los ministros de la reconciliación de Dios, 2 cor 5:18-20), para que desarrollen la obra del ministerio en medio del mundo.
La iglesia debe mandar a los creyentes al mundo a transformarlo, de la misma manera que Jesús fue enviado por el Padre. De hecho esa fue la instrucción de Jesús a sus discípulos después de haber resucitado (Jn 20:21),
Una perspectiva más amplia de la salvación (Jn 3:16) de acuerdo con la perspectiva de Dios, necesariamente debe implicar un cambio de actitud, función y misión de la Iglesia
BIBLIOGRAFÍA.
“La Fe Cristiana frente a los desafíos contemporáneos”.
John R. W. Stott.
Libros Desafío. CRC Publications. Primera reimpresión, 1999.
LA DOCTRINA DE LA SALVACIÓN.
Introducción.
En la Iglesia Cristiana de hoy existe una tendencia constante a trivializar la naturaleza de la salvación, como si no significará más que:
• Una auto-transformación o
• El perdón de nuestros pecados o
• Un pasaporte personal al paraíso o
• Una experiencia mística privada sin consecuencias sociales ni morales o
• Un pasaporte a las bendiciones (aparte de la obediencia).
Es una necesidad imperiosa rescatar la salvación de estas caricaturas y recuperar la doctrina en toda su integridad bíblica.
La salvación es una transformación radical en tres fases y en tres áreas:
UNO. Comienza ahora, continúa a lo largo de toda la vida en la tierra y llegará a su perfección cuando Cristo venga.
DOS. En nuestro ser (la persona, 2 Cor 5:17), en nuestras relaciones (con Dios y con los demás, Mat 22:36-40) y en nuestras actividades (Col 3:22-24).
TRES. De tal manera que debe afectar, influir, transformar todo a nuestro alrededor (2 Cor 5.17-20): persona, familia, iglesia, organizaciones, sociedad, nación.
No podemos ni debemos separar la Salvación del Reino de Dios.
En la Biblia la salvación y el Reino de Dios son prácticamente sinónimos, dos maneras de describir la misma obra de Dios (Isa 52:7).
Allí donde Dios reina, salva (Rom 10:8-10).
Mar 10:24-26 evidencia que entrar en el Reino, para Jesús y sus discípulos, equivalía a ser salvos.
Una vez que se ha establecido esta identificación, la salvación adquiere un alcance más amplio: el Reino de Dios es el gobierno dinámico de Dios que:
• Irrumpe en la historia humana a través de Jesús.
• Enfrenta, combate y vence el mal, donde quiera que este se encuentre.
• Trae bienestar integral a nivel personal, familiar y comunitario.
• Toma posesión de su pueblo con plena bendición y plena demanda.
La Iglesia está llamada a ser la comunidad del Reino, un modelo de lo que es una comunidad humana gobernada por Dios, y una alternativa desafiante para la sociedad no cristiana.
La consumación, el perfeccionamiento del Reino apunta al momento cuando nuestros cuerpos, nuestra sociedad y el universo serán renovados, y el pecado, el dolor, la banalidad, la enfermedad y la muerta serán erradicados.
La salvación es un concepto amplísimo (que va mucho, pero mucho más allá de "mi" hasta el “nosotros”, el “mundo”). No tenemos derecho a reducirlo.
No podemos ni debemos separar a Jesús el Salvador de Jesús el Señor.
Rom 10:8-10: las afirmaciones "Jesús es Señor" y "Jesús es Salvador" son intercambiables.
No puede haber salvación sin señorío, ni señorío sin salvación.
Su señorío supera ampliamente los límites del área religiosa de nuestras vidas: incluye toda nuestra experiencia de vida, pública y privada, en el hogar y en el trabajo, como miembros de una iglesia y como ciudadanos con deberes cívicos, las responsabilidades evangelísticas y las sociales.
No podemos ni debemos separar la fe del amor.
Si bien la justificación es por fe solamente, la fe no puede permanece sola.
Si es fe viva y auténtica, inevitablemente resultará en buenas obras, de lo contrario, es espuria (Sant 2.17-18)
Jesús enseñó esto cuando describió el juicio final con la imagen de las ovejas y los cabritos.
Nuestras buenas obras de amor hacia nuestros hermanos y hermanas más pequeños, dijo Jesús, revelarían y serían la base para juzgar nuestra actitud hacia El (Mat 25:31-46)(1 Jn 3:17, Tit 2:14, Efe 2:10, Gal 5:6, 5:13).
Esta es la secuencia: fe, amor, servicio.
La fe verdadera se traduce en amor y el amor verdadero se traduce en servicio.
Debemos tener mucho cuidado de no enaltecer la fe y el conocimiento a expensas del amor (1 Cor 13:1-3).
La fe que salva y el amor que sirve van de la mano; si uno falta, el otro también; ninguno de los dos existe solo.
Señorío de Cristo y Salvación.
La condición de Cristo como Salvador, y su condición de Señor – Señorío – no pueden ser separadas (Isa 55:6-7; Mat 6:12; 7:21-27; 10:32-33; 11:28-29; Luc 18:18-30; 19:1-10; 24:46-47; Hch 2:37-38; 3:19; 5:31; 17:30; 16:31; 20:21; Rom 2:4; 4:23-24; 10:9; 2 Cor 7:10; Heb 5:9; 6:1; 1 Ped 1:2; Apo 3:19).
La aceptación de Cristo como Señor no requiere la formulación de alguna expresión verbal particular (Hch 2:21).
El esfuerzo de algunas teologías por definir a Jesús respecto a los propósitos de la salvación sin referencia alguna a la autoridad de Su Señorío, es presentar un Cristo falso. No puede haber un verdadero entendimiento de la salvación allí donde Cristo sea considerado Salvador aparte de ser Señor. Nadie puede recibir a Cristo como su Salvador mientras le rechaza conscientemente como Señor. Esto es engaño (1 Cor 6:9-11; 1 Jn 3:6-8).
No son salvos quienes profesan aceptación de Cristo sin afrontar explícita o implícitamente el tema de Su Señorío. Estas personas, en algún momento, con mucha probabilidad, harán que esto se haga evidente al persistir en un estilo de vida no regenerado (Mat 7:21; 1 Cor 6:9-11; Gal 5:16-24; Heb 10:26-31).
Una vida persistente de desobediencia al Señor no puede ser de ninguna manera la vida de un cristiano verdadero (Heb 10:26-31; 1 Jn 3:1-12).
El Nuevo Testamento no enseña sobre dos clases de cristianos:
Uno. Aquellos que han aceptado a Cristo como Salvador pero que permanecen en un estado estático de inmadurez o carnalidad (los así llamados “creyentes secretos” o “cristianos carnales”).
Dos. Aquellos que han proseguido obedeciendo a Cristo como Señor y por lo tanto han llegado a ser Sus “discípulos espirituales.”
Esta distinción es un recurso artificial y una concepción falsa del Cuerpo de Cristo.
Algunos pueden aceptar a Cristo y ser salvos sin estar conscientemente enfocados en el tema del Señorío de Cristo, pero se han sometido implícitamente a Su dirección y obediencia a las Escrituras.
Al compartir el evangelio con otros, es perfectamente bíblico confrontar a un individuo con el asunto de su reconocimiento del Señorío de Cristo el Creador. Este método de presentar el evangelio no le añade “obras meritorias” a la salvación ni la rendición al Señorío de Cristo en la conversión constituye una “obra meritoria.”
Señorío, Salvación y Santificación.
El Nuevo Testamento enseña una relación profunda e indiscutible entre la justificación y la santificación. La perspectiva del Nuevo Testamento sobre la salvación es que la justificación se mostrará en una vida de crecimiento gradual en santificación a medida que el creyente responde al
Señorío que fue aceptado y que comenzó en el momento de la salvación (Jn 14:15; Hch 15:20; Rom 6:6-7, 15-23; 8:12-13; 12:1-2; 13:13-14; 1 Cor 6:9-11; 2 Cor 6:16 – 7:1; Gal 5:16-26; Efe 4:14–5:11; Fil 1:6; 2:12-13; Col 3:5 – 4:6; 1 Tes 4:3; 2 Tes 2:13; 1 Tim 6:11-12; 2 Tim 2:19, 22; Tito 2:11-14; Heb 5:9; 12:14; Sant 2:14-26; 1 Ped 1:13-23; 4:1-3; 2 Ped 1:4-11; 3:14; 1 Jn 1:9–2:6; 2:15-17; 3:1-10; Apo 3:21).
Santificación no implica perfección o la ausencia del pecado intermitente o la batalla con el mismo. (1 Jn 1:9–2:6).
El progreso de la santificación no es uniforme para todos los creyentes.
Todos los verdaderos Cristianos se hallan en alguna de varias etapas del crecimiento en la obra santificadora del Espíritu Santo, sin la cual no hay “salvación” en lo absoluto en el sentido bíblico y del Nuevo Testamento (Rom 6:11-18; 1 Cor 6:9-11; Gal 5:16-24; Heb 12:14).
La Fe Salvadora.
La fe salvadora es siempre el instrumento o medio a través del cual Cristo salva al pecador (Jn 3:15-16, 18, 36; 5:24; Hch 10:43; Rom 3:23-26; 10:9-10).
La fe salvadora nunca es una base meritoria para la salvación (Rom 3:27-28; Efe 2:8-9; Tito 3:5-7).
Ninguna persona pueda venir a la fe salvadora a menos que el Espíritu del Señor la acerque (Jn 6:44, 65; Tito 3:3-7).
La fe salvadora es un don de la gracia de Dios que implica una cantidad de elementos implícitos en un evento:
PRIMERO. Arrepentimiento (Isa 1:16-17; Mat 3:8; Luc 24:46-47; Hch 2:37-38; 3:19, 26; 5:31; 11:18; 14:15; 17:30; 20:21; 26:18, 20; Rom 2:4; 2 Cor 7:10-11; 1 Tes 1:9; 2 Tim 2:25; 1 Jn 3:6-8; 2:1-6).
SEGUNDO. Obediencia al llamado de Cristo (Mat 11:28-30; Luc 9:23; Jn 3:36; 5:39-40; 6:44; 7:37-38; Rom 1:5; 1 Ped 1:2).
TERCERO. Confianza únicamente en Cristo para impartir vida nueva y eterna (Jn 1:12; 3:14-18, 36; 5:24; 38-47; 6:28-29, 35-40, 57-58; 7:38; 11:25; 20:31; Rom 4:23-25; 2 Tim 1:12).
El Arrepentimiento y la Salvación.
El arrepentimiento es requisito previo para la salvación (Luc 24:46-47; Hch 2:37-38; 3:19; 5:31; 17:30; 20:21; 26:18; Rom 2:4; 2 Cor 7:10; 1 Jn 3:6-8; 2:1-6).
Comprende el reconocimiento, de mente y corazón, por parte del pecador con respecto a su pecaminosidad, su estado perdido y su necesidad de volverse de su pecado (Sal 32:5; 51:1-19; Prov 28:13; Jer 3:13; Eze 36:31; Mat 3:6; Hch 19:18; Rom 6:12, 16; 1 Jn 1:9-10).
También comprende su llegada a Cristo, a Su condición de Dueño y Señor, para obediencia a Sus mandamientos (Jer 31:30; Mat 5:17-19; 7:21-23; 22:37-40; 28:19-20; Jn 3:36; 14:15; Hch 6:7; Rom 1:5; 2:8; 10:9-10; 16:19, 26; 1 Cor 9:21; Fil 2:9-13; Tito 2:14; Heb 3:18-19; 4:2-6; 5:9; 11:8; Sant 1:22 – 2:26; 1 Ped 1:2; 4:17; 1 Jn 2:4; 3:4).
Nadie tiene un verdadero arrepentimiento si cree que puede tratar adecuadamente con su pecado simplemente implementando un plan de reforma (Sal 49:7-8; Jer 13:23; Rom 3:19-28).
Conclusiones.
El Señorío de Cristo no es algo teórico, es algo que debe mostrarse en la vida de cada creyente.
Sin la manifestación de ese Señorío, no hay salvación (Rom 10:8-10).
La manifestación del Señorío de Cristo en nuestra vida significa la adopción y la manifestación de un estilo de vida de acuerdo a los principios de la Palabra, siendo los más importantes de esos principios: la fe, el amor, y el servicio (Mat 5, 6 y 7).
Es el estilo de vida del Reino, que manifiesta la permanencia del Reino entre nosotros, y que es la respuesta a la oración que Jesús nos enseño: “venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mat 6:10).
Un estilo de vida de este tipo, necesariamente, tiene que afectarnos, no solo a nosotros como personas, sino también a nuestras relaciones y nuestras actividades (el aspecto social de nuestra vida, (Mat 5:13-16)..
En consecuencia, al sumar esas influencias y efectos de todos los creyentes en su vida personal y social (relaciones y actividades) necesariamente se debe producir una influencia y una transformación en mayor o menor grado, en la sociedad en la cual vivimos (Mat 13:33).
Esto es la manifestación del cumplimiento del discipular a las naciones (Mat 28:18-20).
Una vez discipuladas las naciones (en mayor o menor grado), por la influencia del estilo de vida de los creyentes (masa crítica), las instituciones, las estructuras y los sistemas sociales comienzan a humanizarse, a manifestar la justicia, la paz, el amor, y con ello, el gozo, que son las señales del Reino (Rom 14:17)
Por lo tanto, la manifestación de la salvación no es solamente una manifestación en lo individual, sino también en lo social, y la Iglesia, en lugar de encerrarse en las cuatro paredes de sus templos, debe proyectarse hacia la sociedad que la rodea, para permearla, influirla, transformarla.
De acuerdo a lo que nos enseña Efe 4:11-16, la iglesia es la instructora de los santos (todos los creyentes, que son los ministros de la reconciliación de Dios, 2 cor 5:18-20), para que desarrollen la obra del ministerio en medio del mundo.
La iglesia debe mandar a los creyentes al mundo a transformarlo, de la misma manera que Jesús fue enviado por el Padre. De hecho esa fue la instrucción de Jesús a sus discípulos después de haber resucitado (Jn 20:21),
Una perspectiva más amplia de la salvación (Jn 3:16) de acuerdo con la perspectiva de Dios, necesariamente debe implicar un cambio de actitud, función y misión de la Iglesia
BIBLIOGRAFÍA.
“La Fe Cristiana frente a los desafíos contemporáneos”.
John R. W. Stott.
Libros Desafío. CRC Publications. Primera reimpresión, 1999.
18
Abr
2009