El Cristiano y el Reino de Dios.
El Cristiano y el Reino de Dios.
Es una realidad espiritual que necesitamos buscar, conocer, entender y vivir hoy (Luc 16:16, Mat 6:33, Rom 14:17).
No es para después de la vida terrenal solamente. Es para hoy.
Lo primero que es el Reino de Dios es justicia, es decir, el cumplimiento de los mandamientos, estatutos y decretos del Reino, sus principios y valores. Sin obediencia a ellos, entonces, no hay reino.
Mat 20:16: muchos los llamados, pocos los que escogieron.
Todos somos llamados a vivir en el Reino de Dios, no vivimos en el Reino automáticamente.
Para vivir en él necesitamos buscarlo con dedicación y arrebatarlo (Mat 11:12).
Dios quiere que vivamos en El, pero al final, nosotros somos los que elegimos o escogemos vivir en el Reino.
Necesitamos escoger la vida (Deut 30:15-20) y vivirla amando a Dios y andando en sus caminos y guardando (obedeciendo) sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos.
Si bien los creyentes ya no vivimos bajo la ley (como método de la salvación, Rom 6:15) ello no implica que los mandamientos de ella dejaron de ser mandamientos para nosotros.
Jesús no vino a anular los mandamientos de la ley (Mat 5:17), porque ni una tilde ni una jota pasarán de ella hasta que pasen el cielo y la tierra (Mat 5:18).
La diferencia es que en el Antiguo Testamento las personas, para cumplir con los mandamientos, dependían solo de sus propias fuerzas, para llegar a la desesperación y volverse al Salvador (Gal 3:22), mientras que nosotros tenemos al Espíritu Santo que es nuestro ayudador para poder cumplirlos.
Amar a Cristo, estar bajo Su Señorío, que es lo que nos hace salvos (Rom 10:8-10) implica cumplir con Su Palabra, sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos (Jn 14:23, 1 Jn 2:4-5, 1 Jn 3:24).
Por lo tanto, los creyentes en Cristo, necesitamos estar bajo Su Señorío para ser salvos, y ello implica guardar, cumplir, obedecer, toda la Palabra de Dios.
Los mandamientos de la Palabra no son opciones ni elecciones, son órdenes, y las órdenes se cumplen.
Atendiendo a su voz (buscando la intimidad con El y siendo guiados por el Espíritu Santo).
Siguiéndole a El (Su Palabra, Su modelo de vida).
Los resultados de ello:
Que vivamos (El es vida para nosotros, plenitud) y multiplicación (incrementos).
Multiplicación de nuestros años.
Bendición en la tierra (bienestar).
Dios quiere liberarnos para vivir en Su Reino: el mundo no quiere dejarnos (Exo 6:2-8).
Cuando los Israelitas ya eran suficientes en número, Dios se rebela a ellos como Señor. Ello implica:
Que El es su Rey.
Que ellos debían obedecerle.
Que ese reino sería un reino físico, no solo espiritual, por cuanto les daría un territorio específico donde establecerse y manifestar y desarrollar el Reino.
Ellos serían el pueblo del Reino.
Pero ellos no escucharon a Moisés a causa del desaliento y de la dura servidumbre (sus ocupaciones inmediatas, urgentes).
La diferencia entre Israel y nosotros la Iglesia no está en los puntos anteriores, que continúan vigentes para nosotros, sino en que nosotros ya no solo somos pueblo, sino familia y en que la extensión del Reino ya no es solo un pueblo en un lugar determinado, sino todos los pueblos en todo lugar.
Al igual que en el tiempo de Israel en Egipto, cuando ellos no escucharon esa tremenda verdad del Reino que Dios quería establecer sobre y con ellos, y todas las implicaciones del Reino, a causa de sus muchas preocupaciones u ocupaciones, hoy la Iglesia está en la misma posición aunque por diferentes situaciones.
Hoy nos gustan y nos atraen las añadiduras del Reino (salvación, vida eterna, prosperidad, liberación, sanidad, bendición financiera, etc.), pero no el Señorío, el Reino, la obediencia, la santidad, el compromiso con Dios, etc.
Como la Iglesia de Laodicea (Apo 3:17), queremos las añadiduras del Reino pero no el Reino, queremos estar con un pie en las cosas del mundo y otro en la Iglesia, pero ello, delante de Dios, no sirve. Eso es tibieza, y la tibieza es abominación al Señor (Apo 3:15-16).
Hoy queremos ser diplomáticos con los que no conocen a Cristo.
No queremos asumir compromisos claros, definidos y radicales por Cristo. Tenemos temor que nos llamen fanáticos.
No solo toleramos al pecador; toleramos el pecado (1 Cor 5:1-2) y hasta le llamamos "enfermedad".
Hemos perdido el equilibrio espiritual y hemos cambiado nuestros valores cristianos relacionados con la santidad, por los valores del mundo y de la carne, siguiendo a dioses ajenos como el dinero, las bienes materiales, la comodidad, la sensualidad, el éxito, etc.
Hemos permitido pasivamente que el pobre sea explotado lo hemos llamado habilidad empresarial y éxito en los negocios.
Hemos permitido pasivamente que la pereza sea recompensada y la hemos llamado ayuda social.
Hemos permitido pasivamente los abortos y lo hemos llamado "la libre elección".
Hemos sido negligentes al disciplinar a nuestros hijos y lo hemos llamado desarrollo de su autoestima y respeto a sus derechos.
Hemos permitido que los que están en autoridad abusen del poder.
Hemos codiciado los bienes de nuestro vecino y a eso le hemos llamado tener ambición.
Etc.
En la Iglesia de Laodicea, el Señor no estaba, estaba fuera, a las puertas, pero no dentro (Apo 3:20), y podría ser que en algunas de nuestras iglesias hoy esté sucediendo lo mismo.
Y ello es así porque no estamos viviendo el Reino sino solo sus añadiduras, solo lo que emocionalmente nos es favorable, nos gusta, o nos conviene.
Rom 10:8-10.
Sin señorío (obediencia a la Palabra completa de Dios, santidad en nuestro estilo de vida) no hay salvación.
Necesitamos volvernos a la obediencia como estilo de vida, no a las añadiduras que la Palabra nos promete.
Cuando vivamos en la obediencia, no tendremos que buscar las añadiduras. Ellas nos vendrán, nos alcanzarán, nos caerán encima.
Es una realidad espiritual que necesitamos buscar, conocer, entender y vivir hoy (Luc 16:16, Mat 6:33, Rom 14:17).
No es para después de la vida terrenal solamente. Es para hoy.
Lo primero que es el Reino de Dios es justicia, es decir, el cumplimiento de los mandamientos, estatutos y decretos del Reino, sus principios y valores. Sin obediencia a ellos, entonces, no hay reino.
Mat 20:16: muchos los llamados, pocos los que escogieron.
Todos somos llamados a vivir en el Reino de Dios, no vivimos en el Reino automáticamente.
Para vivir en él necesitamos buscarlo con dedicación y arrebatarlo (Mat 11:12).
Dios quiere que vivamos en El, pero al final, nosotros somos los que elegimos o escogemos vivir en el Reino.
Necesitamos escoger la vida (Deut 30:15-20) y vivirla amando a Dios y andando en sus caminos y guardando (obedeciendo) sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos.
Si bien los creyentes ya no vivimos bajo la ley (como método de la salvación, Rom 6:15) ello no implica que los mandamientos de ella dejaron de ser mandamientos para nosotros.
Jesús no vino a anular los mandamientos de la ley (Mat 5:17), porque ni una tilde ni una jota pasarán de ella hasta que pasen el cielo y la tierra (Mat 5:18).
La diferencia es que en el Antiguo Testamento las personas, para cumplir con los mandamientos, dependían solo de sus propias fuerzas, para llegar a la desesperación y volverse al Salvador (Gal 3:22), mientras que nosotros tenemos al Espíritu Santo que es nuestro ayudador para poder cumplirlos.
Amar a Cristo, estar bajo Su Señorío, que es lo que nos hace salvos (Rom 10:8-10) implica cumplir con Su Palabra, sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos (Jn 14:23, 1 Jn 2:4-5, 1 Jn 3:24).
Por lo tanto, los creyentes en Cristo, necesitamos estar bajo Su Señorío para ser salvos, y ello implica guardar, cumplir, obedecer, toda la Palabra de Dios.
Los mandamientos de la Palabra no son opciones ni elecciones, son órdenes, y las órdenes se cumplen.
Atendiendo a su voz (buscando la intimidad con El y siendo guiados por el Espíritu Santo).
Siguiéndole a El (Su Palabra, Su modelo de vida).
Los resultados de ello:
Que vivamos (El es vida para nosotros, plenitud) y multiplicación (incrementos).
Multiplicación de nuestros años.
Bendición en la tierra (bienestar).
Dios quiere liberarnos para vivir en Su Reino: el mundo no quiere dejarnos (Exo 6:2-8).
Cuando los Israelitas ya eran suficientes en número, Dios se rebela a ellos como Señor. Ello implica:
Que El es su Rey.
Que ellos debían obedecerle.
Que ese reino sería un reino físico, no solo espiritual, por cuanto les daría un territorio específico donde establecerse y manifestar y desarrollar el Reino.
Ellos serían el pueblo del Reino.
Pero ellos no escucharon a Moisés a causa del desaliento y de la dura servidumbre (sus ocupaciones inmediatas, urgentes).
La diferencia entre Israel y nosotros la Iglesia no está en los puntos anteriores, que continúan vigentes para nosotros, sino en que nosotros ya no solo somos pueblo, sino familia y en que la extensión del Reino ya no es solo un pueblo en un lugar determinado, sino todos los pueblos en todo lugar.
Al igual que en el tiempo de Israel en Egipto, cuando ellos no escucharon esa tremenda verdad del Reino que Dios quería establecer sobre y con ellos, y todas las implicaciones del Reino, a causa de sus muchas preocupaciones u ocupaciones, hoy la Iglesia está en la misma posición aunque por diferentes situaciones.
Hoy nos gustan y nos atraen las añadiduras del Reino (salvación, vida eterna, prosperidad, liberación, sanidad, bendición financiera, etc.), pero no el Señorío, el Reino, la obediencia, la santidad, el compromiso con Dios, etc.
Como la Iglesia de Laodicea (Apo 3:17), queremos las añadiduras del Reino pero no el Reino, queremos estar con un pie en las cosas del mundo y otro en la Iglesia, pero ello, delante de Dios, no sirve. Eso es tibieza, y la tibieza es abominación al Señor (Apo 3:15-16).
Hoy queremos ser diplomáticos con los que no conocen a Cristo.
No queremos asumir compromisos claros, definidos y radicales por Cristo. Tenemos temor que nos llamen fanáticos.
No solo toleramos al pecador; toleramos el pecado (1 Cor 5:1-2) y hasta le llamamos "enfermedad".
Hemos perdido el equilibrio espiritual y hemos cambiado nuestros valores cristianos relacionados con la santidad, por los valores del mundo y de la carne, siguiendo a dioses ajenos como el dinero, las bienes materiales, la comodidad, la sensualidad, el éxito, etc.
Hemos permitido pasivamente que el pobre sea explotado lo hemos llamado habilidad empresarial y éxito en los negocios.
Hemos permitido pasivamente que la pereza sea recompensada y la hemos llamado ayuda social.
Hemos permitido pasivamente los abortos y lo hemos llamado "la libre elección".
Hemos sido negligentes al disciplinar a nuestros hijos y lo hemos llamado desarrollo de su autoestima y respeto a sus derechos.
Hemos permitido que los que están en autoridad abusen del poder.
Hemos codiciado los bienes de nuestro vecino y a eso le hemos llamado tener ambición.
Etc.
En la Iglesia de Laodicea, el Señor no estaba, estaba fuera, a las puertas, pero no dentro (Apo 3:20), y podría ser que en algunas de nuestras iglesias hoy esté sucediendo lo mismo.
Y ello es así porque no estamos viviendo el Reino sino solo sus añadiduras, solo lo que emocionalmente nos es favorable, nos gusta, o nos conviene.
Rom 10:8-10.
Sin señorío (obediencia a la Palabra completa de Dios, santidad en nuestro estilo de vida) no hay salvación.
Necesitamos volvernos a la obediencia como estilo de vida, no a las añadiduras que la Palabra nos promete.
Cuando vivamos en la obediencia, no tendremos que buscar las añadiduras. Ellas nos vendrán, nos alcanzarán, nos caerán encima.
08
Jul
2009