Estudio Bíblico

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Levantando nuestra descendencia para Dios (1).



LEVANTANDO NUESTRA DESCENDENCIA PARA DIOS (1).



INTRODUCCIÓN.

Nunca en toda la historia de la humanidad, ha existido viviendo al mismo tiempo, una cantidad tan grande de niños y jóvenes, como actualmente. Ellos forman parte de la mayor generación que posiblemente vivirá sobre la faz de la tierra en un mismo momento o época.
Pero tampoco, nunca, en los últimos cuatrocientos años, una generación joven estuvo tan expuesta a la inmoralidad, el pecado, el abuso y la violencia, como esta generación, a través de la educación sin Dios, los medios de comunicación plagados de violencia, sexo, negativismo y rebelión, todo lo cual los expone y los sumerge en un ambiente lleno de fornicación, pedofilia, abuso de drogas, pornografía, homosexualismo y lesbianismo, maras, sicariato para el crimen organizado, etc., donde caer no es difícil.
Nunca antes tampoco, como en esta generación, los padres están enterrando a sus hijos como consecuencia de la violencia, el sida, el abuso de drogas, etc., cuando lo normal debiera ser que los hijos estuvieran enterrando a los padres.
Y ello está afectando (y no solo tentando, sino haciendo caer) a los hijos e hijas de los cristianos, en el mismo grado que afecta a los no cristianos.
Sin embargo, y de acuerdo a la Palabra de Dios ello no debería estar sucediendo de esa manera.
Jer 15.19 nos instruye para que el mundo se convierta a nosotros y no nosotros a ellos.
Mat 13:33 nos enseña que los creyentes deberíamos ser para el mundo como la levadura que transforma la masa, mejorándolo.
Pero ello no está sucediendo así. ¿Por qué? La Palabra de Dios nos da la respuesta en Deut 6.1-10. Los padres deberíamos estar enseñando a nuestros hijos, no solamente con el precepto, sino con el ejemplo, la Palabra de Dios y un estilo de vida apasionado por Jesús, pero en lugar de ello los hemos puesto en instituciones educativas saturadas de humanismo y secularismo (aún bajo la sombrilla del cristianismo), y/o frente a la televisión del mundo por una larga cantidad de horas y/o frente a un cristianismo dogmático, legalista, ritualista, pero carente de pasión, congruencia e integridad.
Hoy, en el cristianismo, posiblemente nos está pasando lo mismo que le pasaba al pueblo de Israel en tiempo de los jueces.



JUE 2:7-19.

Existe un peligro real en que la próxima generación ya no siga a Cristo. Que se entreguen a las cosas del mundo, cada vez más atrayentes, pero también cada vez más letales.
Los tiempos que a nuestros hijos les va a tocar vivir no van a ser mejores en cuanto a moralidad, principios y valores, y condiciones socio-culturales-económicas.
Es nuestra responsabilidad enseñarles, no solo con palabras sino con nuestro ejemplo, a seguir a Dios de todo su corazón.
El futuro de la próxima generación no tiene porque estar ligado al futuro del mundo impío. Dios ha prometido algo maravilloso para ellos, si permanecen en El (Hch 2:16-18).
Pero ello va a depender de nosotros, que les enseñemos a alcanzarlo (Isa 59:21).
Pero nosotros no podemos dar lo que no tenemos.
Para que ellos alcancen eso, nosotros lo tenemos que alcanzar primero.
Necesitamos convertirnos de nuestro letargo, pasividad, apatía, adormecimiento, estupor, etc., y de un cristianismo pasivo, superficial, falto de pasión, a un cristianismo radical, apasionado, transformador de adentro hacia afuera, ardiente y celoso por Dios, Su Palabra, sus principios y valores, su estilo de vida, o corremos el riesgo de terminar como la Iglesia de Laodicea (Apo 3:15-20): una iglesia exitosa delante de los ojos del mundo, pero pobre, ciega, miserable y desnuda a los ojos de Dios, por vacía, negligente, sin una fe verdadera en Cristo (oro refinado), sin una verdadera santidad (vestiduras blancas) y sin discernimiento espiritual ni revelación (colirio para los ojos), y en la cual El está afuera, no adentro.
No podemos ser negligentes en nuestra responsabilidad delante de Dios con respecto nosotros mismos ni con respecto a la formación de nuestros hijos e hijas para enfrentar los tiempos que les va a tocar vivir (Sal 127:3).



HCH 2:16-18.

Dios quiere levantar la próxima generación como una generación profética (hijos e hijas, jóvenes), pero para que ello suceda así, tienen que tener padres proféticos (siervos y siervas) que a su vez sean el resultado de padres profético (ancianos). Ello implica la participación de tres generaciones: nuestros ancianos, los adultos actuales y nuestros hijos y nietos.
Es evidente, por las señales que vemos en los tiempos, tanto en lo espiritual como en lo natural y social, que Cristo viene pronto, y quizá las tres generaciones que en este momento estamos conviviendo en el mundo, vayan a ser las últimas tres generaciones antes de la segunda venida de Cristo. Y ello cobra una importancia relevante, por cuanto Dios opera en series de tres generaciones, es un Dios tri-generacional. Y si la generación de nuestros hijos y nietos va a ser la última generación que nacerá antes de la venida de Cristo, nosotros, sus padres, ya vamos tarde en la preparación de esa última generación profética.

Que Dios es un Dios tri-generacional nos lo prueban abundantemente las Escrituras.
Dios se definió a sí mismo como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob (Exo 3:6).
Jesús preparó a los apóstoles para que estos discipularan a otros y se estableciera así la Iglesia primera (la Gran Comisión, Mat 28:18-20).
Pablo instruyó a Timoteo para que buscara a hombres idóneos para enseñar a otros (2 Tim 2:2).
La generación de los últimos tiempos es una generación de ancianos, adultos (siervos y siervas) e hijos e hijas (jóvenes), que serán una generación profética (Hch 2.16-18).

Y la generación profética siempre precede a la manifestación de la gloria de Dios en la tierra, como será la manifestación de Jesucristo en la segunda venida.
Las generaciones que vivirán antes del arrebatamiento de la Iglesia (que ya está cerca) serán generaciones proféticas que "provocarán" el último gran avivamiento y prepararán el camino del Señor.
Así fué con Noé antes del diluvio, Moisés antes de sacar al pueblo de Egipto, Isaías antes de volver al pueblo de Israel a los caminos de Dios, Juan El Bautista antes de la primera venida de Cristo que provocó el avivamiento para la fundación de la Iglesia primitiva.
En todos los procesos que vivieron Noé, Moisés, Isaías y Juan el Bautista, que precedieron la manifestación de la gloria de Dios, también podemos ver una participación tri-generacional.
Noé, sus hijos y los descendientes de los hijos que poblaron la tierra de nuevo.
Moisés, Josué y las nuevas generaciones que ocuparon la tierra prometida.
Isaías, que ungió a Eliseo (profeta) y Jehú (rey) que llevaron al pueblo de Israel al avivamiento.
Juan el Bautista, que bautizó a Jesús y que preparó a los discípulos para establecer la Iglesia primitiva.

Así va a hacer en esta generación (Dios no cambia, Mal 3:6):
Una generación (la nuestra, como Elías) que va a preparar a la siguiente generación.
La siguiente generación (los Eliseos y Jehús de este tiempo) que van a preparar el camino del Señor.
Los que se van a convertir en ese gran avivamiento y van a vivir la manifestación gloriosa de la segunda venida de Cristo.




NUESTRA RESPONSABILIDAD.

Isa 59:21 nos enseña que lo que nuestros hijos recibirán será lo que nosotros les pongamos en sus manos (Palabra, revelación; y unción). Si nosotros tenemos poco, ellos recibirán poco, y si nosotros tenemos mucho, ellos recibirán mucho.

El problema es que con poco no les bastará, porque simultáneamente con el último gran avivamiento, sucederá también la gran apostasía (1 Tim 4:1). Los que estén con cimientos muy débiles y/o flojos en la fe, sucumbirán ante espíritus engañadores y doctrinas de demonios (humanismo secular, falsas religiones, falsos maestros, falsos profetas, falsos apóstoles).

Por ello necesitan que nosotros les heredemos lo más posible en unción y revelación para que ellos puedan soportar con firmeza los días malos que se avecinan (Efe 5:14-16). Para ello, necesitamos despertarnos de nuestro letargo, estupor, adormecimiento y apatía, levantándonos de los muertos (una relación con Cristo superficial, religiosa, carente de vida, dinamismo, pasión, fervor, celo) y permitiendo que Cristo nos alumbre (llenos de la gloria de Su presencia), por lo que requerimos mirar con diligencia como es nuestro caminar con el Señor, para que andemos no como necios (como los de la Iglesia de Laodicea, Apo 3:15-20) sino como sabios (conociendo la Palabra, entendiéndola y poniéndola por obra en todo lo que hagamos, en cualquier lugar, relación y/o actividad), aprovechando diligentemente el tiempo que aún nos queda para enseñar a nuestros hijos e hijas a que caminen diligentemente y mejor que nosotros en el Señor (Jn 14:12, Prov 4:18), siendo ejemplos no solo en palabras sino en integridad y estilo de vida, porque los días que se avecinan, si estos son días malos, esos serán muy malos.

De nosotros, de nuestra pasión y fervor por el Señor, de que nos volvamos a El de todo corazón para que El sea nuestro todo, nuestra prioridad, nuestro anhelo, nuestra pasión, nuestra necesidad más importante, y lo más importante de nuestra vida y tiempo, dependerá que para nuestros hijos El sea lo mismo y puedan mantenerse firmes en medio de los tiempos que les va a tocar vivir. Y ello no lo podemos dejar solo en las manos de Dios, ni a la improvisación o al tiempo. Es nuestra responsabilidad, y para ello debemos recordar lo que Mardoqueo (tipo del Espíritu Santo) le dijo a Ester (tipo de la Iglesia) cuando su generación y sus siguientes generaciones estaban bajo una terrible amenaza de destrucción, robo y muerte de Amán (tipo del diablo, Jn 10.10), y Ester estaba evadiendo su responsabilidad: “Mardoqueo mandó que respondiesen a Ester: "No te hagas la ilusión de que porque estás en el palacio del rey, serás la única de todos los judíos que ha de escapar. Si te quedas callada en este tiempo, el alivio y la liberación de los judíos surgirán de otro lugar; pero tú y la casa de tu padre pereceréis. ¡Y quién sabe si para un tiempo como éste has llegado al reino!" (Est 4:13-14).
















21 Jul 2009
Referencia: Familia (10).