Estudio Bíblico

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Cristianismo y cultura.



LA COSMOVISIÓN CRISTIANA BÍBLICA (57).

CRISTIANISMO Y CULTURA.



INTRODUCCIÓN.

Una gran parte de cristianos tienen dificultades para entender y relacionarse bíblicamente con las actividades y cosas que se encuentran fuera de sus iglesias. Esas dificultades se derivan de un entendimiento inadecuado del propósito de la vida, la cual creen que se trata solamente sobre evangelismo, hacer que otras personas entren en el cielo, y esperar pacientemente, en la iglesia a irse con el Señor, y estar lo más aislados que sea posible del mundo para no contaminarse, malinterpretando la naturaleza del abismo que existe entre lo divino y lo humano y/o terrenal.

Ello provoca que formen una especie de ghetto cultural, seguros de que poseen verdades eternas de gran valor, se acomoden en una especie de incomodidad petulante que tranquilamente ignora y escapa del mundo terrenal (satanizado) que se encuentra más allá de las puertas de su iglesia. Esta actitud, involuntariamente, se transforma en una conformidad al mundo (que hagan lo que quieran) y, consecuentemente, en una no deliberada capitulación (rendición) ante la mundanalidad.

De esa cuenta, muchas actividades que son parte de la vida cotidiana de sí mismos, y del entorno que les rodea, es vista como humana (y por lo tanto, por lo menos inferior, si no pecaminosa y/o satánica), mientras que la obra devocional y evangelística participa de lo divino, y es, por lo tanto, digna del compromiso cristiano.

Una de esas actividades satanizada es la cultura, olvidando que el Dios que les atrae en el cielo, es el mismo Dios que creó los cielos y la tierra, que le asignó al ser humano (ellos) la tarea de cuidar la tierra y Quién es el dador de toda buena dádiva, espiritual y material, celestial y terrenal. Es el mismo Dios que nos ordena amarle con toda nuestra mente, alma, corazón y fuerzas, a Quién hemos de glorificar en todo lo que hagamos (Col 3:22-24), redimiendo lo que sea pecaminoso a nuestro alrededor (2 Cor 5:17-20), y cuyo propósito es que no solo le glorifiquemos en todo lo que hagamos, sino que lo hagamos disfrutando de El para siempre, en esta vida, y posteriormente, en la vida por venir.

Esta visión de la vida y de la cultura ignora dos principios cristianos fundamentales: el principio de la soberanía de Dios y el principio del humanismo cristiano.


El principio de la soberanía de Dios.
Dios es absolutamente soberano tanto en la Creación como en la redención, en el cielo como en la tierra.
Puesto que la cultura es el resultado de la creación del ser humano, y deriva de la actividad creadora de éste en respuesta a la imagen de Dios en él y en cumplimiento del mandato cultural de Dios (Gen 2.15, Gen 1.28), no pueden ser objeto de la indiferencia de los cristianos, aún cuando haya sido corrompida en mayor o menor grado por la caída y el pecado (Gen 4:9, Fil 2:4).
Dios es el Creador (Gen 1.1, Jn 1:3) y sustentador de todas las cosas (Heb 1.3), y todas las cosas subsisten (Col 1:17, Heb 2.10) para Su gloria y, de alguna manera, revelan Su voluntad. Aún al malo ha hecho Dios (Prov 16:4) y hace salir el sol y llover sobre él (Mat 5:45).
Aún cuando Dios no es exaltado por la degradación de Su creación, ella sigue siendo la expresión de Su voluntad. En su estado original El la llamó buena (Gen 1:31). El se revela a Sí mismo en ella y está activamente interesado en ella. Para glorificarlo a El, los cristianos no necesitamos denigrar Su creación, solo necesitamos llevar a cabo en ella lo que responda a Su voluntad.
Los dones creativos otorgados a los y las científicos, artistas, tecnócratas, etc., aún a los no creyentes, son una manifestación de Su misericordia y de Su soberanía, para que, aún en medio del mal uso que puedan hacer de ellos, provoquen alguna mejoría en la calidad de vida de todos los seres humanos. Si Dios ha deseado y determinado que seamos ayudados por ellos para bendecirnos, en lugar de rechazar la ayuda, deberíamos aprovecharla. Si descuidamos, menospreciamos o despreciamos esos dones libremente ofrecidos por Dios para bendecirnos, vamos a sufrir por nuestra actitud.
Ello no implica una aceptación incondicional de todo lo que de ello deriva, pero tampoco un rechazo absoluto de todo lo que ella implica, sino un análisis y evaluación coherente a la luz de todos los principios y la revelación bíblica para tomar lo que es bueno (1 Tes 5:21), rechazar lo que de plano es irredimible (1 Tes 5:22), y redimir lo que es posible (Rom 8.19-21), para la gloria de Dios y la bendición de Su creación.


El humanismo cristiano.

El humanismo, esencialmente, es el conjunto de tendencias intelectuales y filosóficas cuyo objetivo es el desarrollo de las cualidades esenciales del ser humano.
Dentro del humanismo, hay, por lo tanto, dos grandes ramificaciones.
La de aquellas tendencias intelectuales y filosóficas que total o parcialmente no consideran lo que Dios, como Creador del ser humano dice al respecto (Prov 16:25, Rom 1.18-31), que constituyen las diversas tendencias y filosofías dentro del humanismo secular.
Y por el otro lado, está el humanismo cristiano, que parte de la Palabra revelada de Dios al ser humano, para desarrollar sus cualidades esenciales, y por lo tanto, no solo no es lo mismo que el humanismo secular, sino lo opuesto.

Desde la perspectiva del humanismo cristiano:
Somos esencialmente portadores de la imagen de Dios (Gen 1:26-27).
Nuestras vidas culturales, como extensiones de nosotros, son en alguna medida (más o menos) extensiones de esa imagen.
La cultura es el esfuerzo por establecer las ramificaciones de lo que significa ser humano.
Las instituciones culturales son expresiones de nuestro entendimiento de lo que somos.
Los seres humanos caídos tienen el hábito de distorsionar su naturaleza esencial y creada y de comportase de maneras que son antinaturales.
Esa distorsión de su verdadera humanidad no reside solamente en sus mentes o corazones ni está limitada a su conducta personal. Los patrones culturales que proceden de esos afectos distorsionados, se convierten en expresiones distorsionadas de la humanidad.
De ese modo, el pecado penetra las culturas, y en algunos casos, las domina totalmente, convirtiéndolas en expresiones de la humanidad caída (Prov 23:7)
La respuesta bíblica de los cristianos no es odiar la cultura (así como no tenemos justificación para odiar a nuestros prójimos pecaminosos).
En lugar de ello, debemos participar activamente en ella, penetrarla y llenarla, para redimirla, transformarla y cultivarla (Rom 12.2, Efe 4:22-24) con todo el entusiasmo del más humanista, para consagrarla al servicio de Dios (Mat 13.33, Efe 1:23, Rom 8.19-21, Col 3:22-24).



CONCEPTOS GENERALES.

La cultura, en su definición más general, es el conjunto de conocimientos adquiridos por el ser humano y su aplicación práctica, que dan como resultado un conjunto de estructuras ideológicas, sociales, políticas, religiosas, intelectuales, artísticas, etc., que caracterizan a una sociedad o a una época.

La cultura es el entorno secundario, hecho por él ser humano, aprendido, integrado y constantemente en cambio, que superpone a su entorno natural, constituido por las maneras de pensar, desear, sentir, hablar y actuar compartidas por un grupo particular de personas, que las toma como base para todas las consideraciones que tienen que ver con su entendimiento y comunicación de las verdades esenciales de la vida tales como Dios, el ser humano, la vida, su propósito, la eternidad, etc., que determinan su forma de vivir en todos los aspectos y actividades que ella implica.

Como la cultura es el resultado de la interacción intelectual y práctica del ser humano con su entorno (la creación) en su esfuerzo por conocerla y ponerla a su servicio, y esa interacción es el resultado de la actividad del ser humano derivada de la imagen de Dios en él, y del mandato que le fue dado por Dios en su creación (Gen 2.15, Gen 1.28), en principio podemos deducir algunas cosas:
Que por creación y por naturaleza, el ser humano es un ser cultural.
Que la cultura es parte del propósito de Dios para la humanidad (aún cuando la caída la haya distorsionado).
Por ello mismo, los creyentes en Cristo no podemos adoptar sin más ni más una actitud de rechazo total hacia ella.
Nadie (y ello nos incluye a todos los y las creyentes en Cristo) trasciende o está por encima de las limitaciones y consideraciones culturales de su entorno (Prov 23:7).

El propósito de Dios en la Creación fue que el ser humano, en su actividad, creara una cultura que reflejara Su carácter y promoviera Sus propósitos (Gen 1:26-28).
Por la caída no solo fue afectado el ser humano, sino todo lo relacionado y bajo la responsabilidad de la humanidad, entre ello, la cultura (Gen 3:7-23), de tal manera que, ahora, como un producto creado por la actividad humana, refleja tanto la imagen de Dios inherente en la humanidad, como la pecaminosidad derivada de la caída. Por lo tanto:
No existe ninguna cultura que se conforme de manera perfecta la cultura ordenada por Dios en la Biblia.
Tampoco existe ninguna cultura totalmente pecaminosa como para desecharla totalmente.
Ni existe una cultura particular a la cual deban conformarse todas las otras culturas.

La cultura como una totalidad única para toda la humanidad no existe.
Derivado de la formación de las naciones y la confusión de sus lenguajes en Babel, producto de la rebelión de la humanidad en contra de Dios (Gen 11.1-8), cada nación creó su propia cultura a partir de sus propios caminos que consideraron derechos en su propia opinión (Prov 16:25), de las condiciones específicas de su medio ambiente y del desarrollo de habilidades, capacidades, actividades e instrumentos específicos para “cultivar” su entorno.
Por lo tanto, lo que existe, es una diversidad de culturas particulares y específicas que pueden ser relativamente “buenas” o “malas” dependiendo del grado en el cual reflejen el carácter de Dios y promuevan Sus propósitos, tal como son declarados hoy en las Escrituras.
Este es el único criterio de verdad aplicable para evaluar una determinada cultura.

Humanamente hablando, hay algunos otros criterios que se utilizan para evaluar una cultura:
Que las ideas, conductas e instituciones de una cultura solo pueden ser apropiadamente evaluadas por los miembros de esa cultura.
Que las culturas se deben evaluar sobre la base de si funcionan o no para promover los propósitos colectivos de quienes viven bajo ella.
Esos son criterios de relatividad cultural que derivan de criterios de relatividad ética (si es conveniente en el momento y para la personas es “bueno”, y si no, es “malo”; el ser humano como la medida de lo bueno o lo malo; “egocentrismo” ético –Jer 17:9--), que pasan por alto que solo Dios, el Creador del ser humano, el Omnisciente, sabe con absoluta certeza lo que es bueno o malo para el ser humano, que solo El es el poseedor de la Verdad porque El es la Verdad (Jn 14.6), y que por lo tanto, solo El es la medida absoluta de la bueno y lo malo.

Todas las culturas, como producto de la actividad humana derivada de la impartición del don de la imagen de Dios en las personas y de la delegación de Su en ellas, están bajo el escrutinio de Dios de acuerdo a los principios establecidos por El en Su Palabra (Mat 25:11-30).
Por ello, ningún pueblo y ninguna cultura, están exentos de la obligación de conducir sus asuntos individuales, sociales y culturales, en obediencia a la Palabra de Dios revelada en la Biblia y de maneras que agraden a Dios (Col 3:22-24).

En la medida en que el ser humano, en su actividad cultural ha dejado de tomar en cuenta a Dios, el producto derivado de su actividad, la cultura, entra en conflicto con Dios y Su Palabra (Rom 1.18-31).
Para resolver esa oposición y contradicción, Cristo, en Su Primera Venida, como parte de su ministerio redentor, vino a crear las condiciones para rescatar la cultura y redimirla para que cumpliera su papel originalmente asignado por Dios (Luc 19.10, Jn 3:16, Col 1:18-20).
Dios desea que las culturas y las naciones sean transformadas para que lleguen a operar de acuerdo a los principios de la Escritura en todas las áreas de la vida (Mat 6:33), y de esa manera, contribuyan a Su propósito divino para el bienestar de sus miembros (Jn 10.10b, 3 Jn 2, Prov 4.18, Jer 29.11).
Concluida la misión de Cristo de crear todas las condiciones para la redención de las naciones y las culturas (Col 2:15, Mat 28.18-20), nos encargó a nosotros, los y las creyentes en Cristo (la Iglesia), la tarea de concluir la redención de la cultura (Efe 1:9-10, 2 Cor 5:17-18, Mat 5:13-16, Mat 13:33, Efe 1:23, Rom 8:19-21).
La lealtad y obediencia fundamental y primera de los y las creyentes en Cristo es hacia Cristo y Su Reino (Mat 6:33), y solo de manera secundaria a la cultura propia y al gobierno civil. Ello implica que se requiere de nosotros estar en sumisión a los poderes y sistemas terrenales legítimos (Rom 13.1-7) en tanto que no nos demanden desobedecer los principios bíblicos (Hch 4.19, Hch 5.29)
Sin embargo, sumisión no es conformidad. La misión primordial de nosotros, los y las creyentes, en el mundo, es proclamar el evangelio y discipular a los pueblos de todas las culturas (Mat 28.18-20) para que ellos, a su vez, sean sal y luz en el mundo (Mat 5:13-16, Jer 15:19), y trabajen para la transformación cultural que esté en concordancia con los propósitos y principios de Dios, de tal manera que se reviertan los procesos de maldición sobre el bienestar de las naciones derivados del pecado y la desobediencia a Dios (Deut 28:15-68) y se abra el camino para la bendición de ellas (Deut 28:1-14).

El establecimiento del Reino de Dios en una nación y una cultura no es el resultado de una acción social, política, financiera, sociológica o educativa. Es el resultado de que los y las creyentes en Cristo, bajo la dirección del Espíritu Santo, son dirigidos y gobernados por Su autoridad, promoviendo la santidad bíblica, la justicia, la rectitud, la verdad, la gracia, la misericordia, el amor y la libertad.
Por lo tanto, el discipulado de las naciones no está limitado a la sola presentación del Evangelio “simple” de salvación para solamente salvar a las personas del infierno y ayudarles a simplemente sostenerse en esta vida hasta que partan con el Señor (Mat 28.18-20, Rom 8.19-21).
Es un llamado a la extensión del pleno Señorío de Cristo (Rom 10:8-10, 1 Ped 1:13-16) sobre las personas, sus actividades, sus relaciones, su estilo de vida, sus organizaciones, sus leyes, su cultura, y su nación.
Por ello es esencial que el evangelio bíblico sea hecho entendible, aplicable, significativo y relevante para todas las personas de cualquier nación y cultura por medio, no solo de la proclamación directa a través de todos los medios y formas verbales y no verbales de comunicación normalmente utilizadas en esa cultura (contextualización), sino también por medio del testimonio de vida, de los hechos prácticos de la vida de los y las creyentes en Cristo presentes en esa cultura.
El mensaje completo y exacto de la Biblia mediante los principios y métodos consistentes con las Sagradas Escrituras nunca van a ser perjudiciales para el bienestar de los miembros de una nación y/o cultura, aún cuando el mensaje y los principios puedan ser considerados políticamente incorrectos, provoquen una confrontación incómoda y/o alteren y reemplacen grandes porciones de esa cultura y destruyan creencias locales sostenidas por mucho tiempo (Gen 12.1-3, Mar 10:29-30).

El cristianismo, esencialmente, es progresista, desarrollista, futurista, incluyente, en tanto que las culturas tradicionalistas –generalmente idolátricas y altamente pecaminosas—son, por lo mismo, estáticas, anti-futuristas, anti-progresistas, anti-desarrollistas. Es un hecho reconocido aún por escritores “seculares” (entre ellos Max Weber, “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”) que:
Las formas de pensamiento, estilos de vida, y situación de bienestar general de las naciones occidentales se han desarrollado, en gran parte, como resultado de la influencia de la cosmovisión de la Biblia en sus culturas.
En tanto que en los países llamados del “Tercer Mundo” o “Economías Emergentes”, caracterizados por los altos niveles de malestar social (insalubridad, mala calidad y falta de acceso a la educación, inseguridad, delincuencia, violencia, movilidad social descendente, pobreza, etc.), se caracterizan por formas de pensamiento y estilos de vida desarrollados, en gran parte, como resultado de la influencia de cosmovisiones idolátricas, humanistas seculares o cristianas distorsionadas.



CULTURA Y CONTRACULTURA.

De cierta manera, la cultura es una forma de religión exteriorizada y hecha explícita.
Siempre ha habido una cultura dominante en toda sociedad que directa o indirectamente, llega a ser una especie de religión dominante en el corazón de las personas que forman esa sociedad.
Y la forma de religión que gobierne los corazones y las mentes de las personas en cualquier sociedad es la que forma las bases de las leyes y valores de esa sociedad (Prov 23:7).

La primera cultura comenzó con Adán y Eva.
Mientras Adán y Eva obedecieron a Dios, establecieron en el Jardín de Edén una cultura dominante y justa basada en la sumisión a Dios.
El diablo desafió (o contrarrestó) esa cultura, siendo la fuente de la primera contracultura (Gen 3:7-23).

Desde la caída, siempre ha habido una cultura y una contracultura.
Estos opuestos están siempre en batalla (antítesis) el uno contra el otro y con mucha frecuencia, se alternan: la que una vez fue cultura se convierte en el siguiente período de tiempo en contracultura, y viceversa.
En una sociedad, cuando el cristianismo prevalece, se convierte en la cultura imperante, pero a medida que mengua y el diablo obtiene más control, se convierte en la contracultura.
En última instancia, Dios regirá Su reino y Él establecerá una auténtica cultura bíblica.
Sin embargo, hasta ese tiempo, cada generación tendrá que pelear la batalla de la guerra de las culturas.

Es interesante observar lo que se ha dado en llamar el movimiento de la “Contracultura Cristiana” en Norte América (Véase el Reporte Calcedonia, Septiembre 1999).
Está más que claro que el cristianismo influenció grandemente la cultura americana desde los días de los puritanos.
Sin embargo, a partir de los 40 últimos años del siglo XX ocurrió un giro de poder, y el cristianismo comenzó a perder su influencia en la vida privada y pública de los norteamericanos al punto que ahora viven en una sociedad que ha declarado, de manera no oficial, que el cristianismo es irrelevante (y puede que pronto lo declaren malvado).
En reacción al surgimiento de esa cultura pagana (esencialmente la misma contracultura del Jardín de Edén, humanismo secular, Gen 3:5), hay un creciente movimiento de Contracultura Cristiana caracterizada por.
El retorno a las Escrituras como la única regla infalible de fe y práctica. La Biblia es su guía en todas las áreas de la vida pues ella habla a la iglesia, a la política, la educación, las ciencias y a todo.
Liderada por aquellos que han decidido educar a sus hijos en sus hogares (homeschool) o ponerlos en escuelas cristianas de calidad.
Va más allá del pietismo espiritual (encierro, evasión, autosustracción del mundo) que restringe la religión a una mera experiencia interna, de la visión sectaria que divide la vida en diferentes categorías (espiritual y terrenal, espiritual y secular), donde la religión es solo una parte de la totalidad de la vida.
Es la restauración de la verdad bíblica de que por medio del evangelio de Jesucristo, todo bajo el cielo debe ser traído cautivo al Señorío de Jesucristo (Mat 6:9, Efe 1:9-10, Efe 1:23, Col 1.18-20, Rom 8:19-21).

Desde 1933 (el Manifiesta Humanista I), esa guerra que comenzó en el Jardín del Edén, comenzó a intensificarse, con un ascenso de intensidad en los 70´s (el Manifiesto Humanista II) y una mayor intensidad a partir del 2000 (el Manifiesto Humanista III).
Todos nosotros (aunque no seamos norteamericanos ni vivamos allá) estamos activamente involucrados en esa guerra sea que lo sepamos o no (de hecho, la batalla se ha estado trasladando, sutilmente a nuestros países).
Eventualmente, Cristo pondrá a todos Sus enemigos, y a los nuestros, bajo Sus pies pero en el aquí y ahora, todos nosotros, los y las creyentes en Cristo, somos las vasijas que Él ha escogido para establecer Su reino a través de nuestro creer y vivir el evangelio de la gracia.

Aún cuando estamos en guerra, debemos ser cautelosos y evaluar cuidadosamente nuestras estrategias. Pablo dijo en Rom 10:2 que el celo sin conocimiento es una cosa peligrosa.
A la mayoría de nosotros, mientras crecíamos, se nos enseñaron mentiras en las escuelas del humanismo, y algunas veces en nuestras propias iglesias.
Ahora que hemos redescubierto antiguas verdades, algunos de nosotros estamos molestos porque aprendimos bastante tarde en la vida. Algunos estamos desilusionados.
Sin embargo, debemos ser cuidadosos que nuestra reacción emocional no nos ciegue a los claros principios Bíblicos.



SEPARATISTAS CRISTIANOS

Uno de los errores más peligrosos es una contracultura separatista no balanceada.
El separatismo tiene la tendencia a abandonar el mundo que Dios hizo para nosotros, y salir por allí para crear su propio mundo (esquizofrenia espiritual).
Algunas veces esto se alcanza por estrictas limitaciones con respecto a asociaciones, y en otras, en casos más extremos, resulta en ciudadelas geográficas.
A menudo es un mundo sin contacto, o al menos, un mínimo contacto con los que son no-creyentes.
No tiene roce con aquellos que están en desacuerdo con nosotros.
Tiene una tendencia a desarrollar una mentalidad comunal que sirve como una fortaleza para protegernos de estar en presencia de nuestros enemigos.
Tiende a ser un escapismo comunal en lugar del establecimiento de una comunidad que sirva como campamento de entrenamiento para prepararnos a confrontar agresivamente al enemigo en un mundo al que Dios nos ha llamado a vivir y en un mundo que Dios nos ha llamado a reconquistar (Efe 4:11-16, Rom 8.19-21).

La Biblia es clara con respecto a que los cristianos debemos de ser “la sal de la tierra” (Mat. 5:13).
La sal que se deja sola en la mesa de la cocina es inútil. Alcanza su potencial solo cuando hace contacto con los alimentos. Entonces se convierte en un agente para mejorar el sabor o para preservar la calidad.

Los separatistas están fallando como sal cuando huyen corriendo a sus propios pequeños grupos sin involucrarse en el mundo en el que viven (Mat 5:13, Mar 9:50, Luc 14:34).
A menudo edifican sus propios reinos divididos, en los que piensan que estarán seguros de los males del mundo.
De manera típica nadie fuera de su reino separado sabe algo acerca de ellos.
Su influencia sobre la sociedad en la que viven es mínima, en la mayor parte de los casos, sino es que inexistente.

Jesús dijo en la oración Sumo Sacerdotal, “mas éstos están en el mundo” (Jn 17:11).
Pablo escribió a los Corintios, en su demanda de que no se asociaran con personas inmorales que se encontraran bajo la disciplina de la iglesia, que él no quería dar a entender “los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo” (1 Cor. 5:10).
Otras Escrituras que manifiestan esta misma perspectiva son 2 Cor. 1:12, Fil 2:14-15.
Es muy difícil ser luz en un mundo donde no tenemos presencia y en un mundo que no puede vernos.
De hecho, nuestra habilidad para estar en el mundo y no ser del mundo es una de las maneras que Dios tiene para que seamos de estímulo para los otros creyentes (1 Ped 5:9).
El que seamos capaces de vivir en un mundo que se nos opone y aún así mantener nuestro testimonio cristiano es una prueba importante para cristianos y no cristianos del poder de Dios y del Evangelio.



LA CONTEXTUALIZACIÓN DEL EVANGELIO.

Para iniciar la transformación de una cultura hacia el cumplimiento de los propósitos de Dios para ella, se requiere, en primer lugar, llevarle el mensaje del Evangelio a esa cultura, y para eso es necesario su contextualización.

La contextualización es el esfuerzo y proceso por medio del cual se investigan, acopian, adaptan y utilizan los medios de comunicación verbales y no verbales existentes en una cultura particular, para comunicar y transmitir de una manera comprensible, útil, práctica y aplicable a esa cultura, las verdades inspiradas de la Escritura. Los esfuerzos de contextualización deben:
Transmitir sin ninguna modificación, exactamente, el desenvolvimiento histórico de la revelación divina desde el Génesis hasta el Apocalipsis.
Exhibir la centralidad de la persona, palabras y obras de Cristo para el plan de Dios.
Reflejar las experiencias de aquellos hombres escogidos por Dios para ser los autores de la Escritura y comunicar el evangelio a las gentes del mundo.

Por ello, la contextualización está interesada (aunque no se restringe solamente a eso) en la traducción, interpretación y exposición del texto bíblico tal y como es entendido originalmente, sin alteraciones, en concordancia con los principios reconocidos de interpretación gramático-histórica.
Su meta última es la gloria de Dios, Quien desea ser conocido por todas Sus criaturas y que es digno de ser adorado por todas ellas. De ninguna manera puede tener el objetivo de llevar a efecto propósitos puramente humanos y temporales sin importar cuán deseables y nobles sean.

Dios mismo proveyó los mejores modelos de contextualización cuando:
Reveló Su Persona y plan por medio del lenguaje humano en las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento;
Envió a Su Hijo Jesucristo para revelarse a Sí mismo al mundo como un ser humano entre iguales;
Para nuestra instrucción, nos informó por medio de los ministerios de los patriarcas, profetas, apóstoles y escritores de los tiempos bíblicos (que comunicaron los mensajes divinos a sus contemporáneos), y por medio del texto inspirado de la Escritura, a todas las gentes de todas partes y de todos los tiempos.

Se pueden utilizar modelos de contextualización provenientes de fuentes diferentes a las Escrituras, siempre que tales modelos ilustren y aclaren la verdad escritural sin modificarlos de ninguna manera.

La contextualización es un auxiliar para hacer mucho más comprensible para una cultura, el mensaje escritural, pero necesitamos y debemos estar claro, que la contextualización nunca puede ser equiparada ni sustituir el mensaje escritural.
Es un auxiliar para hacer comprensible el mensaje pero no es el mensaje en sí mismo. Desde esta perspectiva:
La contextualización puede ser ayudada por contribuciones de las diversas artes y ciencias humanas, siempre que sirvan para afirmar, reafirmar, confirmar y establecer firmemente el mensaje original de las Escrituras.
Las contribuciones de las artes y las ciencias deben apuntalar el mensaje de las Escrituras, no adaptar el mensaje de las Escrituras para apuntalar las contribuciones de las artes y las ciencias.
Por tanto, aquellas contribuciones de disciplinas tales como la antropología, la psicología, la lógica, la lingüística, las comunicaciones y la retórica que hayan demostrado ser válidas no solamente debiesen ser identificadas y utilizadas, sino también reconocidas como dones de un Creador lleno de gracia y de un Dios misericordioso.


No es válido, dentro de la contextualización:
Equiparar o sustituir las experiencias de revelación de los escritores bíblicos bajo la inspiración del Espíritu Santo, por experiencias que formen parte de las culturas hacia las cuales se está contextualizando (por ejemplo, intentar sustituir lo que dice la Escritura por lo que dice el Popol Vuh, o el Corán, o cualquier otro cosa dentro de una cultura), aun cuando sean muy parecidos los conceptos y/o contextos. La Escritura dice lo que dice, y solo la Escritura es Palabra de Dios, inspirada y útil para impartir vida y transformar los corazones, 1 Tim 3:16).
Realizarla a partir del esfuerzo de tratar de duplicar exactamente, en los oyentes actuales, el impacto que el texto bíblico tuvo sobre sus oyentes originales.
Los intentos de interpretar la Escritura sobre la base de comprensiones obtenidas por medio de experiencias, necesidades y/o expectativas de la cultura contemporánea, total o parcialmente diferentes y/o contrarias a las de los oyentes originales.
Cualquier enfoque y/o contextualización que considere estar al mismo nivel de autoridad de las Sagradas Escrituras. Solo las Sagradas Escrituras, en su versión e idioma original son inspiradas por Dios. Las traducciones y contextualizaciones, aún cuando son dirigidas e iluminadas por Dios, están un paso atrás de aquellas por cuanto solo aquellas son inspiradas.

Es crucial que la tarea de la contextualización sea asumida conjuntamente con creyentes en Cristo representantes de la cultura a la que se quiere alcanza, y que, en última instancia, se convierta en la responsabilidad de ellos.
Ellos no están, ni deben ser, obligados a adoptar la cultura del obrero o misionero transcultural.
Tienen la responsabilidad de comunicar a Cristo en y a través de su propia cultura.
Solamente aquellos para quienes la cultura a la cual se quiere alcanzar es su primera cultura, están en posición de entender los matices de lenguaje y el significado de vehículos y aspectos de la comunicación dentro de esa cultura que son utilizables, redimibles, y/o nocivos, e instituir formas nuevas que contribuyan a la fe y a la práctica cristiana.
Los expertos en comunicación foráneos a la cultura a la cual se quiere alcanzar, o los expertos en la cultura que actúen de manera independiente al Cuerpo de Cristo no pueden estar bien preparados y posicionados para llevar a cabo contextualizaciones adecuadas del evangelio.

La contextualización no es, ni puede ser calificada como un proceso disfrazado para exportar las formas de pensamiento y los estilos de vida occidentales en nombre del cristianismo.
Son el resultado del cumplimiento de la Gran Comisión (Mat 28.18-20) y de la aplicación del mensaje Escritural completo y textual a las características específicas de una nación y una cultura particular.
Que por su mayor expansión en el mundo occidental sea del mundo occidental de donde surgen la mayor cantidad de misioneros hacia todos los países (occidentales y no occidentales), no es un argumento suficientemente válido para tildarlos de “pro-occidentales” y/o “colonialista”, como no es válido sostener que porque como la mayor parte de los vehículos que se venden en el mundo occidental provienen del sudeste asiático, la venta de esos carros se constituya en un intento de exportar la cultura (formas de pensamientos y estilos de vida) asiática a los países occidentales.

Es ilegítimo, real e históricamente hablando, identificar el cristianismo con la forma de pensamiento y el estilo de vida occidental.
En primer lugar, porque el origen de la revelación bíblica es medio-oriental, no occidental.
En segundo lugar, porque Dios, como el Creador de todo el cielo y la tierra, no hace acepción de personas, ni es Dios solo de la parte occidental del mundo, sino es Dios de toda la tierra.
En tercer lugar, porque el mensaje bíblico, es un mensaje de principios y valores de aplicación y necesidad universales, que responden a los anhelos más profundos de la humanidad en todos los lugares y culturas.



BIBLIOGRAFÍA.

Calvino y la Cultura. Ken Myers.
Artículo publicado en la página de “Coalición para el Avivamiento”.

La Nueva Contracultura Cristiana: ¿Separatista o No-Separatista?
Rev. Larry E. Ball, Nov 2001.
Artículo publicado en la página de “Coalición para el Avivamiento”

Cultura, Contextualización y Evangelio. Afirmaciones y Negaciones
Declaración publicada en la página de “Coalición para el Avivamiento”.

07 Dic 2009
Referencia: Tema No. 57.