Limitaciones.
QUITANDO LOS TOPES QUE NOS IMPIDEN AVANZAR.
Introducción.
La Palabra de Dios nos enseña que en Cristo haremos proezas (Sal 60:12, Sal 108:13), lo que significa:
Hacer cosas que no hemos hecho antes.
Superar las cosas que hemos hecho hasta ahora.
Ir más allá de donde nunca hayamos llegado.
Ir más allá de lo que consideramos que son nuestros límites.
Y ello implica salir de lo que el mundo llama la “zona cómoda”, lo “normal” para intentar nuevas cosas. Ese es el plan de Dios para nosotros (3 Jn 2, Jer 29:11, Jn 10:10). Dios quiere que vivamos vidas sin límites, sin escasez (3 Jn 2), vidas constantemente en crecimiento (Prov 4:18).
Sin embargo, muchas personas, quizá demasiadas, han sido limitados por el mundo para mantenerse en el nivel de lo seguro, de “la zona cómoda”, que no es otra cosa que la zona donde no se hacen proezas, donde se está seguros, donde no se corren riesgos, y más crítico aún, la zona de la mediocridad, del conformismo, de la aceptación de haber llegado a lo que consideran su límite, de dejar de soñar en lo mejor, para conformarse con lo que tienen, todo lo cual, en la mayoría de las veces, son solo pensamientos que se han establecido en sus mentes y corazones, para evitar que dejen de intentar ser y hacer más de lo que el mundo, la carne y el diablo quieren, y de esa manera, alejarlos más del plan de Dios para ellos, de una vida de victoria y de ser más que vencedores en Cristo (Rom 8:31-37).
“Los límites: el programa del mundo”.
En este punto cabe recordar lo que es conocido que hacen los circos de pulgas. Las pulgas son unos animalitos muy pequeños pero que dan unos saltos muy grandes en relación con su tamaño, lo que les permite saltar de un animal a otro, o de un animal a una persona, o simplemente de una ubicación a otra. Pero para los circos de pulgas es imprescindible limitar a las pulgas para dar esos saltos, pues de lo contrario, se escaparían del circo y no podrían hacer nada de lo que el cirquero pretende que hagan.
Por ello, los cirqueros utilizan una técnica para limitar el tamaño de los saltos que deben pegar las pulgas, que consiste en meterlas en un recipiente transparente (frasco o caja plástica) totalmente cerrada, con una tapadera que impide que las pulgas salten más alto que la altura donde está esa tapadera. Al principio, las pulgas se impulsan para dar un salto más alto como suelen hacer, pero al hacerlo se golpean contra la tapa, por lo que tienen que bajar el impulso para bajar el tamaño del salto y evitar golpearse de nuevo. Al volver a intentarlo, tanteando, vuelven a golpearse, y así sucesivamente, hasta que llega un momento en que el salto es tan pequeño, que ya no se golpean porque lo dan más debajo de la altura del nivel de la tapa, y después de algunos saltos en los que ya no se golpean, entonces quedan programadas para no saltar más allá de esa altura.
Después de un tiempo, la tapa es quitada de encima de la pulga, pero como esta ya está programada para no saltar más alto que la altura a la que estaba la tapa, no existe ningún peligro o riesgo de que la pulga pueda escapar. Ya está domesticada.
De la misma manera, el diablo, el mundo y la carne nos tratan de programar a cada uno de nosotros para que no vayamos más allá de cierto nivel, “supuestamente” para evitar los golpes que nos podamos dar al intentar “saltar” más allá de los límites que nos quieren ser impuestos desde afuera, y que lo que en realidad pretenden es robarnos la calidad de vida que Dios quiere que tengamos (Jn 10.10).
Un ejemplo de esto lo vemos claramente en la vida de David cuando se enfrentó a Goliat. Cuando David llegó al campo de batalla y oyó lo que Goliat estaba hablando y retando al pueblo de Israel, al que había paralizado poniéndoles un tope manifestándoles que no lo podrían derrotar (1 Sam 17:1-11; 1 Sam 17:24), seguramente trató de empujar a algunos de los israelitas que estaban con él, entre ellos sus hermanos, a que tomaran el reto, le reconvinieron diciéndole que era un muchacho, y que lo único que quería era hacerse notar y que él no se podía enfrentar al gigante (1 Rey 17:25-31).
Después, cuando estaba delante de Saúl este le dijo que no tenía la experiencia para enfrentar al gigante porque era un muchacho (1 Sam 17:33), y además que no lo podría enfrentar sin armadura, que David no sabía usar (1 Sam 17:37-39). Todos esos argumentos eran las tapas que el diablo, el mundo y la carne le querían poner para que “no saltara más alto”, y además, para no saltar más allá de donde los demás saltaban (que era la cobardía, el temor, de enfrentar al gigante). Pero David no se dejó convencer por esos argumentos ni limitar por esos topes que los demás le estaban poniendo. Al contrario, El confió en Dios, en lo que Dios podía hacer y que había puesto en su corazón hacer, y se enfrentó y venció al gigante (1 Sam 17:40-50).
Ese momento en la vida de David fue determinante. En ese momento dejó de ser el “pastorcito” y se comenzó a convertir en el “rey” que Dios había ungido para gobernar sobre Su pueblo. Es muy posible que si David no hubiera dado ese paso, hubiera perdido su posibilidad de ser rey, o hubiera tenido que enfrentar mucho más dificultades para serlo, por cuanto Israel hubiera sido derrotado y esclavizado por los filisteos y quién sabe si hubiera habido un pueblo para que David pudiera gobernar.
Igualmente la Reina Ester, cuando es avisada por Mardoqueo de la trama de Amán en contra de Israel, comienza a esgrimir una serie de argumentos que lo único que reflejan es que ella estaba ya condicionada por el diablo, el mundo y la carne para no hacer las proezas que Dios había planeado para su vida (Est 4:6-12). Pero Mardoqueo (tipo del Espíritu Santo), la confronta, empuja, insiste, a hacerlo, y ella efectivamente sobrepasa los topes que le habían programado, y se lanza a la proeza de salvar al pueblo de Israel de la trama de Amán y de la destrucción, y con ello, Ester entra en la historia, y se convierte en una de las heroínas de Dios de las que la Biblia habla (Est 4:13-16).
La tendencia a la “normalidad”.
La tendencia a la conformidad, a la “normalidad”, a la “zona cómoda”, es algo que es inherente a la naturaleza caída del ser humano, de tal manera que los “normales” sean siempre más que los que salen de lo común. Por ello hay más pobres que ricos, más fracasados que exitosos, más normales que excepcionales, etc.
Israel, el pueblo escogido de Dios para ser un pueblo excepcional, un pueblo especial, un pueblo único y próspero, sin limitaciones, con abundancia (Deu 28.1-14), llamado por Dios para ser así para que sirviera de ejemplo a todas las naciones de la tierra y marcarles el rumbo para encontrarse con Dios y que esas naciones llegaran a ser iguales que Israel, siendo un pueblo especial, diferente, único para Dios, recibe instrucciones para que cuando entraran a tomar posesión de la tierra prometida, destruyeran a todas las naciones que habitaban en ella, de tal manera que no quedaran ni personas ni costumbres ni cultura de esas naciones, para que Israel no se “contaminara” con ellas, y se volviera a ellas (Exo 22:23-24, Deut 7:1-4).
Pero Israel desobedeció, y el Antiguo Testamento testifica abundantemente de todas las consecuencias que Dios había hablado que pasarían si desobedecían: que volverían a las costumbres e ídolos de las naciones que conquistarían, perdiendo de esa manera la especificidad de pueblo único de Dios (Ezeq 20:30-32). Una evidencia de ello la encontramos también en la Biblia cuando Israel se rebela a su situación de ser un pueblo único y especial para Dios, con un gobierno especial, y pide un rey para ser igual que todas las demás naciones de la tierra (1 Sam 8:5, 1 Sam 8:19-20).
Pero no solo le pasó a Israel, también a la Iglesia, a los hijos e hijas de Dios nos pasa lo mismo. De hecho, esto lo manifiesta la Biblia cuando Pablo, guiado por el Espíritu Santo, les escribe a los Corintios que ellos no están estrechos en Dios sino en sus propios corazones (2 Cor 6:12), exhortándolos a no recibir en vano la gracia de Dios (2 Cor 6:1), sino aprovechar esa gracia al máximo, salir de su conformismo de lo que ya habían alcanzado en Dios, para ensancharse y lanzarse a batallar y alcanzar todas las promesas de Dios para ellos que aún no habían alcanzado, para ser y hacer todo aquello que Dios había planeado para ellos de antemano (Efe 2.10).
Nosotros.
El mundo trata de ponernos “topes”, “tapas”, para que, como si fuéramos pulgas en el circo del diablo”, no saltemos más allá de lo que él quiere, para que no hagamos la obra de Dios tal como El la quiere. Topes de temor (“que miedo”), topes de incapacidad (“no puedo”) topes de conocimiento (“no sé”), topes de fracaso (“nadie lo ha logrado antes”), topes de conformismo (“siempre ha sido así”), etc., que parecen humanamente lógicos, pero no por ello son ciertos, porque no consideran que Dios es el Dios de los imposibles, el Dios para el cual no hay tope que valga, que vive en nosotros y que nos ha prometido que en El haremos proezas (lo que no hemos podido hacer antes, lo que no sabíamos, lo que no habíamos logrado, lo que no había sido hecho).
Dios nos invita hoy a romper con esas limitaciones, con esas fortalezas que solo existen en nuestro corazón y en nuestra mente (2 Cor 10:3-6) y que nos han estado estorbando todos estos años anteriores impidiéndonos alcanzar todo lo que Dios tiene para nosotros: sanidad, prosperidad, santidad, victoria sobre el pecado, sobre el temor, sobre la ira, sobre el pesimismo, sobre el fracaso, sobre la pobreza, etc. El mismo le dice a la estéril (nosotros), la que supuestamente no podía tener hijos (que no lo hemos intentado, que antes hemos fracasado, que no hemos podido ni sabido antes), que se ensanche, que extienda sus tiendas, porque lo que no había podido ser hecho (que tuviera hijos), ahora iba a ser hecho e iba a tener muchos (Isa 54.1-4).
Este tiempo, en el que estamos comenzando una nueva década, es un tiempo adecuado para cambiar nuestra historia, la de nuestra familia, y quizá la de nuestra iglesia, comunidad y nación, quitando de encima de nosotros los topes que nos han programado para ser temerosos o pasivos frente a los retos de la vida, acomodados a lo que ya hemos logrado sin tratar de esforzarnos por alcanzar algo más, que nos tienen amarrados a la “zona cómoda” de la mediocridad, lo común, lo normal, lo natural, evitándonos ir en pos de y buscar lo sobrenatural de Dios y alcanzar la vida abundante que Cristo compró para nosotros con Su Sangre en la Cruz (Rom 12:2, Efe 4:22-24, 1 Cor 10.3-6).
Es el tiempo de romper en nuestra mente con todos los pensamientos que se refieren a “no somos”, “no podemos”, “no tenemos”, “no sabemos”, “no lo vamos a lograr”, el temor, el rechazo, la propia ineficiencia, las limitaciones, y creerle a Dios por el cumplimiento de Su propósito para nosotros, de Sus promesas, de Sus planes, de Su Palabra total, cuando nos enseña:
Mat 17:20. “Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible.”
Luc 1:37. “porque nada hay imposible para Dios.”
Núm 23:19. “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?”
Jos 21:45. “No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió.”
Y de paso, que también le creamos por todo aquello que El nos pide que hagamos, por los cambios que El pide en nuestras vidas, por el carácter que El espera de nosotros, por todo aquello que El requiere de nosotros en su misma Palabra, porque si El nos lo pide es porque El ya nos equipó para ello (Efe 2:10), y es el tiempo de que dejemos de escudarnos en las supuestas limitaciones e imposibilidades para no hacerlo:
Fil 4:13. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”
Rom 8:37. “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.”
2 Tim 4:18. “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.”
2 Tim 1:7. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. “
Introducción.
La Palabra de Dios nos enseña que en Cristo haremos proezas (Sal 60:12, Sal 108:13), lo que significa:
Hacer cosas que no hemos hecho antes.
Superar las cosas que hemos hecho hasta ahora.
Ir más allá de donde nunca hayamos llegado.
Ir más allá de lo que consideramos que son nuestros límites.
Y ello implica salir de lo que el mundo llama la “zona cómoda”, lo “normal” para intentar nuevas cosas. Ese es el plan de Dios para nosotros (3 Jn 2, Jer 29:11, Jn 10:10). Dios quiere que vivamos vidas sin límites, sin escasez (3 Jn 2), vidas constantemente en crecimiento (Prov 4:18).
Sin embargo, muchas personas, quizá demasiadas, han sido limitados por el mundo para mantenerse en el nivel de lo seguro, de “la zona cómoda”, que no es otra cosa que la zona donde no se hacen proezas, donde se está seguros, donde no se corren riesgos, y más crítico aún, la zona de la mediocridad, del conformismo, de la aceptación de haber llegado a lo que consideran su límite, de dejar de soñar en lo mejor, para conformarse con lo que tienen, todo lo cual, en la mayoría de las veces, son solo pensamientos que se han establecido en sus mentes y corazones, para evitar que dejen de intentar ser y hacer más de lo que el mundo, la carne y el diablo quieren, y de esa manera, alejarlos más del plan de Dios para ellos, de una vida de victoria y de ser más que vencedores en Cristo (Rom 8:31-37).
“Los límites: el programa del mundo”.
En este punto cabe recordar lo que es conocido que hacen los circos de pulgas. Las pulgas son unos animalitos muy pequeños pero que dan unos saltos muy grandes en relación con su tamaño, lo que les permite saltar de un animal a otro, o de un animal a una persona, o simplemente de una ubicación a otra. Pero para los circos de pulgas es imprescindible limitar a las pulgas para dar esos saltos, pues de lo contrario, se escaparían del circo y no podrían hacer nada de lo que el cirquero pretende que hagan.
Por ello, los cirqueros utilizan una técnica para limitar el tamaño de los saltos que deben pegar las pulgas, que consiste en meterlas en un recipiente transparente (frasco o caja plástica) totalmente cerrada, con una tapadera que impide que las pulgas salten más alto que la altura donde está esa tapadera. Al principio, las pulgas se impulsan para dar un salto más alto como suelen hacer, pero al hacerlo se golpean contra la tapa, por lo que tienen que bajar el impulso para bajar el tamaño del salto y evitar golpearse de nuevo. Al volver a intentarlo, tanteando, vuelven a golpearse, y así sucesivamente, hasta que llega un momento en que el salto es tan pequeño, que ya no se golpean porque lo dan más debajo de la altura del nivel de la tapa, y después de algunos saltos en los que ya no se golpean, entonces quedan programadas para no saltar más allá de esa altura.
Después de un tiempo, la tapa es quitada de encima de la pulga, pero como esta ya está programada para no saltar más alto que la altura a la que estaba la tapa, no existe ningún peligro o riesgo de que la pulga pueda escapar. Ya está domesticada.
De la misma manera, el diablo, el mundo y la carne nos tratan de programar a cada uno de nosotros para que no vayamos más allá de cierto nivel, “supuestamente” para evitar los golpes que nos podamos dar al intentar “saltar” más allá de los límites que nos quieren ser impuestos desde afuera, y que lo que en realidad pretenden es robarnos la calidad de vida que Dios quiere que tengamos (Jn 10.10).
Un ejemplo de esto lo vemos claramente en la vida de David cuando se enfrentó a Goliat. Cuando David llegó al campo de batalla y oyó lo que Goliat estaba hablando y retando al pueblo de Israel, al que había paralizado poniéndoles un tope manifestándoles que no lo podrían derrotar (1 Sam 17:1-11; 1 Sam 17:24), seguramente trató de empujar a algunos de los israelitas que estaban con él, entre ellos sus hermanos, a que tomaran el reto, le reconvinieron diciéndole que era un muchacho, y que lo único que quería era hacerse notar y que él no se podía enfrentar al gigante (1 Rey 17:25-31).
Después, cuando estaba delante de Saúl este le dijo que no tenía la experiencia para enfrentar al gigante porque era un muchacho (1 Sam 17:33), y además que no lo podría enfrentar sin armadura, que David no sabía usar (1 Sam 17:37-39). Todos esos argumentos eran las tapas que el diablo, el mundo y la carne le querían poner para que “no saltara más alto”, y además, para no saltar más allá de donde los demás saltaban (que era la cobardía, el temor, de enfrentar al gigante). Pero David no se dejó convencer por esos argumentos ni limitar por esos topes que los demás le estaban poniendo. Al contrario, El confió en Dios, en lo que Dios podía hacer y que había puesto en su corazón hacer, y se enfrentó y venció al gigante (1 Sam 17:40-50).
Ese momento en la vida de David fue determinante. En ese momento dejó de ser el “pastorcito” y se comenzó a convertir en el “rey” que Dios había ungido para gobernar sobre Su pueblo. Es muy posible que si David no hubiera dado ese paso, hubiera perdido su posibilidad de ser rey, o hubiera tenido que enfrentar mucho más dificultades para serlo, por cuanto Israel hubiera sido derrotado y esclavizado por los filisteos y quién sabe si hubiera habido un pueblo para que David pudiera gobernar.
Igualmente la Reina Ester, cuando es avisada por Mardoqueo de la trama de Amán en contra de Israel, comienza a esgrimir una serie de argumentos que lo único que reflejan es que ella estaba ya condicionada por el diablo, el mundo y la carne para no hacer las proezas que Dios había planeado para su vida (Est 4:6-12). Pero Mardoqueo (tipo del Espíritu Santo), la confronta, empuja, insiste, a hacerlo, y ella efectivamente sobrepasa los topes que le habían programado, y se lanza a la proeza de salvar al pueblo de Israel de la trama de Amán y de la destrucción, y con ello, Ester entra en la historia, y se convierte en una de las heroínas de Dios de las que la Biblia habla (Est 4:13-16).
La tendencia a la “normalidad”.
La tendencia a la conformidad, a la “normalidad”, a la “zona cómoda”, es algo que es inherente a la naturaleza caída del ser humano, de tal manera que los “normales” sean siempre más que los que salen de lo común. Por ello hay más pobres que ricos, más fracasados que exitosos, más normales que excepcionales, etc.
Israel, el pueblo escogido de Dios para ser un pueblo excepcional, un pueblo especial, un pueblo único y próspero, sin limitaciones, con abundancia (Deu 28.1-14), llamado por Dios para ser así para que sirviera de ejemplo a todas las naciones de la tierra y marcarles el rumbo para encontrarse con Dios y que esas naciones llegaran a ser iguales que Israel, siendo un pueblo especial, diferente, único para Dios, recibe instrucciones para que cuando entraran a tomar posesión de la tierra prometida, destruyeran a todas las naciones que habitaban en ella, de tal manera que no quedaran ni personas ni costumbres ni cultura de esas naciones, para que Israel no se “contaminara” con ellas, y se volviera a ellas (Exo 22:23-24, Deut 7:1-4).
Pero Israel desobedeció, y el Antiguo Testamento testifica abundantemente de todas las consecuencias que Dios había hablado que pasarían si desobedecían: que volverían a las costumbres e ídolos de las naciones que conquistarían, perdiendo de esa manera la especificidad de pueblo único de Dios (Ezeq 20:30-32). Una evidencia de ello la encontramos también en la Biblia cuando Israel se rebela a su situación de ser un pueblo único y especial para Dios, con un gobierno especial, y pide un rey para ser igual que todas las demás naciones de la tierra (1 Sam 8:5, 1 Sam 8:19-20).
Pero no solo le pasó a Israel, también a la Iglesia, a los hijos e hijas de Dios nos pasa lo mismo. De hecho, esto lo manifiesta la Biblia cuando Pablo, guiado por el Espíritu Santo, les escribe a los Corintios que ellos no están estrechos en Dios sino en sus propios corazones (2 Cor 6:12), exhortándolos a no recibir en vano la gracia de Dios (2 Cor 6:1), sino aprovechar esa gracia al máximo, salir de su conformismo de lo que ya habían alcanzado en Dios, para ensancharse y lanzarse a batallar y alcanzar todas las promesas de Dios para ellos que aún no habían alcanzado, para ser y hacer todo aquello que Dios había planeado para ellos de antemano (Efe 2.10).
Nosotros.
El mundo trata de ponernos “topes”, “tapas”, para que, como si fuéramos pulgas en el circo del diablo”, no saltemos más allá de lo que él quiere, para que no hagamos la obra de Dios tal como El la quiere. Topes de temor (“que miedo”), topes de incapacidad (“no puedo”) topes de conocimiento (“no sé”), topes de fracaso (“nadie lo ha logrado antes”), topes de conformismo (“siempre ha sido así”), etc., que parecen humanamente lógicos, pero no por ello son ciertos, porque no consideran que Dios es el Dios de los imposibles, el Dios para el cual no hay tope que valga, que vive en nosotros y que nos ha prometido que en El haremos proezas (lo que no hemos podido hacer antes, lo que no sabíamos, lo que no habíamos logrado, lo que no había sido hecho).
Dios nos invita hoy a romper con esas limitaciones, con esas fortalezas que solo existen en nuestro corazón y en nuestra mente (2 Cor 10:3-6) y que nos han estado estorbando todos estos años anteriores impidiéndonos alcanzar todo lo que Dios tiene para nosotros: sanidad, prosperidad, santidad, victoria sobre el pecado, sobre el temor, sobre la ira, sobre el pesimismo, sobre el fracaso, sobre la pobreza, etc. El mismo le dice a la estéril (nosotros), la que supuestamente no podía tener hijos (que no lo hemos intentado, que antes hemos fracasado, que no hemos podido ni sabido antes), que se ensanche, que extienda sus tiendas, porque lo que no había podido ser hecho (que tuviera hijos), ahora iba a ser hecho e iba a tener muchos (Isa 54.1-4).
Este tiempo, en el que estamos comenzando una nueva década, es un tiempo adecuado para cambiar nuestra historia, la de nuestra familia, y quizá la de nuestra iglesia, comunidad y nación, quitando de encima de nosotros los topes que nos han programado para ser temerosos o pasivos frente a los retos de la vida, acomodados a lo que ya hemos logrado sin tratar de esforzarnos por alcanzar algo más, que nos tienen amarrados a la “zona cómoda” de la mediocridad, lo común, lo normal, lo natural, evitándonos ir en pos de y buscar lo sobrenatural de Dios y alcanzar la vida abundante que Cristo compró para nosotros con Su Sangre en la Cruz (Rom 12:2, Efe 4:22-24, 1 Cor 10.3-6).
Es el tiempo de romper en nuestra mente con todos los pensamientos que se refieren a “no somos”, “no podemos”, “no tenemos”, “no sabemos”, “no lo vamos a lograr”, el temor, el rechazo, la propia ineficiencia, las limitaciones, y creerle a Dios por el cumplimiento de Su propósito para nosotros, de Sus promesas, de Sus planes, de Su Palabra total, cuando nos enseña:
Mat 17:20. “Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible.”
Luc 1:37. “porque nada hay imposible para Dios.”
Núm 23:19. “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?”
Jos 21:45. “No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió.”
Y de paso, que también le creamos por todo aquello que El nos pide que hagamos, por los cambios que El pide en nuestras vidas, por el carácter que El espera de nosotros, por todo aquello que El requiere de nosotros en su misma Palabra, porque si El nos lo pide es porque El ya nos equipó para ello (Efe 2:10), y es el tiempo de que dejemos de escudarnos en las supuestas limitaciones e imposibilidades para no hacerlo:
Fil 4:13. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”
Rom 8:37. “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.”
2 Tim 4:18. “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.”
2 Tim 1:7. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. “
15
Ene
2010