Hechura de Dios (1)
HECHURA DE DIOS.
EFE 2:10.
(RV60) Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
(BL95) Lo que somos es obra de Dios: hemos sido creados en Cristo Jesús con miras a las buenas obras que Dios dispuso de antemano para que nos ocupáramos en ellas.
Lo primero que este pasaje nos enseña es que Dios nos hizo, no nuestros padres y mucho menos nosotros mismos. El nos planeó. No somos ningún accidente ni el resultado de ningún incidente. Somos el resultado de un plan elaborado por Dios desde antes de que naciéramos.
Y como El es bueno, santo, perfecto, dador de toda buena dádiva y de todo don perfecto (Sant 1.17), nuestra vida tendría que ser una buena vida, una vida perfecta, un buen regalo para nosotros. Si no lo es no es culpa de Dios, el problema está en nosotros, y se puede deber a por lo menos dos cosas.
La primera es que no la estamos viendo como Dios la ve, sino como nosotros querríamos que fuera, y como no se ajusta a esa forma de verla nuestra, entonces no la estamos percibiendo como lo que realmente es. Si ese es el caso, entonces necesitamos volver nuestros ojos a la perspectiva de Dios, principalmente en lo tocante a que muchas veces lo que nosotros queremos, aunque a corto plazo pueda ser satisfactorio, a largo plazo es dañino y perjudicial para nosotros (Prov 16:25, Mat 7.13-14, Mar 8:35).
La segunda es que, por las malas decisiones que hemos tomado y que nos han apartado del diseño de Dios para nosotros y nuestras vidas, ellas se encuentren en la situación actual, por lo que entonces, nuestra necesidad es volvernos a El y a sus caminos de todo corazón (Rom 10:8-10, 1 Jn 1:9).
La Biblia en Luc 15:11-31 nos relata la historia del hijo pródigo. Un muchacho que vivía bien en la casa de su padre, tenía todas las comodidades y el amor de su familia, pero como la vida que llevaba no le parecía que fuera la mejor, decidió irse de su casa con la herencia que le correspondía, a un lugar lejos, a vivir la clase de vida que él quería para sí y que consideraba que era la mejor, una vida de placer y de darse gusto a sí mismo, que aunque la vivió, su final fue parar cuidando cerdos en una finca, con hambre y sin recursos porque lo había perdido todo. Entonces allí se dio cuenta que la vida que él había escogido, no era la conveniente, por lo que decide regresar a su padre, arrepentido y consciente de que allí llevaría la mejor vida.
En la experiencia práctica de muchísimos de nosotros, el hijo en la parábola nos representa. La herencia representa todos los dones y talentos que Dios nos ha dado y con los que El nos ha creado para que vivamos con gozo y satisfacción la clase de vida que El diseñó para nosotros. El padre representa a Dios y la casa del Padre representa Su buena voluntad agradable y perfecta para nosotros (Rom 12:2). Y el lugar lejano al que se fue a vivir el hijo pródigo es una vida apartada de Dios, de Su deseo y voluntad para nosotros.
La enseñanza de la parábola se corresponde también a lo que ha pasado en nuestras vidas. Cuando vivimos alejados de Dios nuestras vidas fueron una desgracia y fueron a parar en un hoyo de desesperación, carencias, dificultades, problemas, fracasos, etc., pero cuando Dios nos tocó, nos hizo volver en sí y a Si, entonces nuestras vidas fueron transformadas en algo bueno, digno de ser vivido, agradable, lo que no implica que todo es totalmente miel sobre hojuelas. Tiene retos pero cada uno de ellos termina en una victoria, con problemas pero con salidas, con algunos momentos y sentimientos negativos, pero con más momentos y sentimientos positivos y de realización.
Tu puedes experimentar la misma clase de vida entregándole tu vida a Cristo, arrepintiéndote de tus pecados y proclamándolo Señor de tu vida, lo cual puedes hacer ahora mismo, sin fórmulas ni requisitos, solo poniendo tu corazón en ello y usando tus propias palabras para decirle precisamente eso e inmediatamente experimentarás un cambio interior que comenzará a cambiar la perspectiva de tu vida. Después necesitarás comenzar a conocer Su Palabra, poniéndola en práctica (a lo cual El te ayudará porque te dará Su Espíritu Santo para ello) y comenzarás a experimentar una cada vez mayor plenitud de vida.
EFE 2:10.
(RV60) Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
(BL95) Lo que somos es obra de Dios: hemos sido creados en Cristo Jesús con miras a las buenas obras que Dios dispuso de antemano para que nos ocupáramos en ellas.
Lo primero que este pasaje nos enseña es que Dios nos hizo, no nuestros padres y mucho menos nosotros mismos. El nos planeó. No somos ningún accidente ni el resultado de ningún incidente. Somos el resultado de un plan elaborado por Dios desde antes de que naciéramos.
Y como El es bueno, santo, perfecto, dador de toda buena dádiva y de todo don perfecto (Sant 1.17), nuestra vida tendría que ser una buena vida, una vida perfecta, un buen regalo para nosotros. Si no lo es no es culpa de Dios, el problema está en nosotros, y se puede deber a por lo menos dos cosas.
La primera es que no la estamos viendo como Dios la ve, sino como nosotros querríamos que fuera, y como no se ajusta a esa forma de verla nuestra, entonces no la estamos percibiendo como lo que realmente es. Si ese es el caso, entonces necesitamos volver nuestros ojos a la perspectiva de Dios, principalmente en lo tocante a que muchas veces lo que nosotros queremos, aunque a corto plazo pueda ser satisfactorio, a largo plazo es dañino y perjudicial para nosotros (Prov 16:25, Mat 7.13-14, Mar 8:35).
La segunda es que, por las malas decisiones que hemos tomado y que nos han apartado del diseño de Dios para nosotros y nuestras vidas, ellas se encuentren en la situación actual, por lo que entonces, nuestra necesidad es volvernos a El y a sus caminos de todo corazón (Rom 10:8-10, 1 Jn 1:9).
La Biblia en Luc 15:11-31 nos relata la historia del hijo pródigo. Un muchacho que vivía bien en la casa de su padre, tenía todas las comodidades y el amor de su familia, pero como la vida que llevaba no le parecía que fuera la mejor, decidió irse de su casa con la herencia que le correspondía, a un lugar lejos, a vivir la clase de vida que él quería para sí y que consideraba que era la mejor, una vida de placer y de darse gusto a sí mismo, que aunque la vivió, su final fue parar cuidando cerdos en una finca, con hambre y sin recursos porque lo había perdido todo. Entonces allí se dio cuenta que la vida que él había escogido, no era la conveniente, por lo que decide regresar a su padre, arrepentido y consciente de que allí llevaría la mejor vida.
En la experiencia práctica de muchísimos de nosotros, el hijo en la parábola nos representa. La herencia representa todos los dones y talentos que Dios nos ha dado y con los que El nos ha creado para que vivamos con gozo y satisfacción la clase de vida que El diseñó para nosotros. El padre representa a Dios y la casa del Padre representa Su buena voluntad agradable y perfecta para nosotros (Rom 12:2). Y el lugar lejano al que se fue a vivir el hijo pródigo es una vida apartada de Dios, de Su deseo y voluntad para nosotros.
La enseñanza de la parábola se corresponde también a lo que ha pasado en nuestras vidas. Cuando vivimos alejados de Dios nuestras vidas fueron una desgracia y fueron a parar en un hoyo de desesperación, carencias, dificultades, problemas, fracasos, etc., pero cuando Dios nos tocó, nos hizo volver en sí y a Si, entonces nuestras vidas fueron transformadas en algo bueno, digno de ser vivido, agradable, lo que no implica que todo es totalmente miel sobre hojuelas. Tiene retos pero cada uno de ellos termina en una victoria, con problemas pero con salidas, con algunos momentos y sentimientos negativos, pero con más momentos y sentimientos positivos y de realización.
Tu puedes experimentar la misma clase de vida entregándole tu vida a Cristo, arrepintiéndote de tus pecados y proclamándolo Señor de tu vida, lo cual puedes hacer ahora mismo, sin fórmulas ni requisitos, solo poniendo tu corazón en ello y usando tus propias palabras para decirle precisamente eso e inmediatamente experimentarás un cambio interior que comenzará a cambiar la perspectiva de tu vida. Después necesitarás comenzar a conocer Su Palabra, poniéndola en práctica (a lo cual El te ayudará porque te dará Su Espíritu Santo para ello) y comenzarás a experimentar una cada vez mayor plenitud de vida.
24
Ene
2010