Endiosamiento (1).
Gen 1:1: “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra”.
Cuando no existía nada ni ninguno de nosotros, Dios ya era y El creó todo lo que es y existe.
Como Creador, El tiene el derecho de determinar como es que funciona todo lo que creó, de determinar las reglas de funcionamiento correcto e incorrecto.
Cuando alguien crea algo, esa persona tiene el derecho absoluto y la autoridad sobre aquello que crea. Por lo tanto, como Dios ha hecho todo, entonces El tiene el derecho de gobernar Su creación, incluyendo a las personas.
Por lo tanto, solo El puede y debe ser el Señor absoluto de todo.
Isa 45.18: “Yo soy el Señor, y no hay ningún otro”.
Si Dios es Dios, y lo es, en primer lugar, no puede haber ningún otro Dios. Todo lo que quiera suplantar a Dios se convierte en una falsificación total.
Como el ser humano fue hecho a la imagen de Dios, con capacidad de decidir entre el bien y el mal, entre seguir a Dios o no seguirlo, tiene la capacidad de determinar cosas (o personas, o a sí mismo) con las que intente suplantar a Dios.
El hecho de que el ser humano tome esas cosas como suplantación de Dios, no las hace Dios ni nada por el estilo, solo una falsificación con mucho de entretención y sin ningún beneficio a largo plazo, sino todo lo contrario (Prov 16:25).
El hecho que Dios permita que alguna otra cosa lo suplante en la imaginación del ser humano no implica, de ninguna manera, que El traslade alguna de sus características o alguno de sus derechos que como Dios le competen, a esa otra cosa.
El hecho de que Dios no destruya a esa persona que intenta suplantarlo por otra cosa (que podría hacerlo y con ello no negaría ni su santidad, ni su justicia), no es porque Dios no sea Dios, sino porque Su misericordia es sobre el juicio (Sal 89:14, Sant 2.13), y El espera que esa persona se arrepienta y se vuelva a El de todo corazón (2 Ped 3:9). Si no se vuelve a Dios después de un tiempo que Dios tiene en Su sola potestad, entonces tendrá lugar Su juicio (Jer 9:24, Sant 2:13)
Por otro lado, como El es Señor absoluto de todo, solo lo que El determina como sus normas para todo lo creado, funciona.
Cualquier otra cosa que quiera convertirse en norma que no venga de Dios, es igualmente una falsificación total, aunque tenga alguna faceta de verdad, y tarde o temprano, se evidenciará Su fracaso.
Cuando Su Señorío está establecido sobre algo o alguien, entonces ese algo o alguien funciona de acuerdo a Su plan perfecto (Gen 1.1-2:25, Mat 6:33, Rom 12:2).
Cuando Su Señorío es quebrantado, la autoridad la ejerce alguien más que no es El, todo funciona incorrectamente (Gen 3:7-24).
Dios es el Creador y Sus derechos.
Como Dios creó todas las cosas y las personas (Sal 24:1), El posee poder y privilegios que son exclusivamente suyos, que El se los ha reservado para sí mismo solamente. Algunos de esos privilegios son:
Tener el control absoluto de Su Creación.
Determinar las normas de conducta de Su Creación y/o con respecto a ella.
Demandar obediencia absoluta a Sus normas.
Juzgar Su Creación.
Ser reconocido, alabado y adorado.
Ser servido.
Control absoluto.
Solo El tiene poder para controlar todas las cosas y las personas (Dan 4:35, Job 12:13-25, Hch 17:24-28).
Si solo El tiene ese privilegio nosotros no lo tenemos.
Cada vez que estamos tratando de controlar a las personas y a las circunstancias, manipulando las cosas, estamos tratando de asumir el papel de Dios.
Una cosa es tratar por medios lícitos de modificar y/o transformar las situaciones, y otra es maquinar y manipular (usar los sentimientos, emociones, necesidades de las personas para lograr que hagan cosas que de otro modo no harían).
La manipulación es la manifestación de un espíritu demoníaco, el espíritu de Jezabel.
Las formas más evidentes de la manipulación son la amenaza, la gritería, la ira y la violencia, que en última instancia son nuestros intentos más descarados de que las cosas sean y/o las personas hagan lo que nosotros queremos.
Determinar normas.
Debido a que El creó todas las cosas y las personas, sabe como funcionan eficientemente, solo El es santo, bueno, justo y perfecto, solo El tiene el derecho exclusivo para determinar las normas de conducta que regirán a cada persona y a la humanidad (Rom 11:36, Exo 20.1-17).
Si solo El tiene el derecho de determinar las normas de cómo deben ser y funcionar las cosas y/o las personas, nosotros no lo tenemos.
Dios no nos impone sus normas: nos las enseña, así como también nos enseña el resultado de obedecerlas y el de no obedecerlas (las consecuencias) y nos enseña cuales nos conviene elegir y cuales no, pero finalmente, nos da la opción (eso implica el de recibir las consecuencias), pero no nos obliga ni nos impone a la fuerza (Deut 30:19-20, 3 Jn 2).
Cada vez que tratamos de imponer normas (a las personas, a nosotros mismos y aún a Dios) estamos usurpando la autoridad de Dios (Dios no las impone, las enseña).
Cada vez que establecemos normas que no se corresponden con las de la Palabra de Dios, estamos usurpando también la autoridad de Dios.
Cada vez que establecemos requerimientos adicionales a las normas establecidas por Dios en Su Palabra, estamos usurpando la autoridad de Dios.
Cuando pretendemos que otras personas sobre las cuales Dios no nos ha dada autoridad, cumplan las normas que nosotros cumplimos, aún cuando sean las que El ha determinado, estamos usurpando la autoridad de Dios.
Cuando pretendemos que las personas sobre las cuales Dios nos ha dado autoridad (como esposos, padres, gerentes, jefes, presidentes, oficios ministeriales, etc.) cumplan las normas que nosotros establecemos, que están por encima de los principios de la Palabra de Dios, también estamos usurpando Su autoridad.
Y cada vez que usurpamos Su autoridad, no solo estamos actuando en “endiosamiento”, sino que estamos pecando contra las demás personas y/o nosotros mismos, y por supuesto, contra Dios.
Obediencia absoluta.
Es un privilegio y derecho de Dios, y solo de El, demandar obediencia absoluta a sus normas determinadas para las cosas y las personas (Gen 22:1-12).
En consecuencia, si solo El tiene derecho, cuando nosotros asumimos esa tarea, demandando que las personas obedezcan absolutamente las normas, aún cuando sean las que Dios ha establecido, estamos usurpando el lugar de Dios porque no fuimos llamados a demandar obediencia absoluta, sino a enseñarlas para que las personas ejerzan su opción de obedecer o no.
Peor aún, cuando queremos imponerle a las personas el cumplimiento obligatorio de las normas que nosotros hemos determinado, que son contrarias o diferentes a las de la Palabra de Dios.
Ello es así porque estamos queriendo asumir la dirección del comportamiento de ellas, contradiciendo lo que Dios dice al respecto: si son no creyentes, no pueden obedecerlas porque para ellas son locura (2 Cor 4.4, 1 Cor 2:14), y si son creyentes, ellas tendrían que ser guiadas por el Espíritu Santo (Rom 8:14, Gal 5:18), no por nosotros.
La obediencia, para ser verdaderamente obediencia, necesita ser voluntaria, por amor y por convicción del corazón; de lo contrario es cumplimiento por miedo (externa).
Juzgar.
Debido a que El es quién determina las normas de conducta que rigen a la humanidad, y el único que ve las acciones de las personas y conoce el corazón (las intenciones), solo El tiene el derecho de juzgarlas (Sant 4:12, Gen 18:25, Hch 17:31).
Nosotros no podemos juzgar a las personas porque no conocemos su corazón; solo Dios lo conoce (1 Sam 16:7, Mat 7.1-5, Luc 6:37-42, 1 Cor 4:5).
En algunos casos, y siempre que Dios nos haya dado la autoridad sobre esa persona (esposos, padres, jefes, gerentes, presidentes, oficios ministeriales), podemos juzgar sus acciones y sus palabras, pero no sus corazones, sus emociones o sus pensamientos (no los conocemos).
Por ejemplo, si alguien miente, podemos afirmar que la persona mintió (una conducta) pero no que es mentirosa (el corazón), y así con cualquier situación.
Si nos convertimos en jueces de las intenciones en lugar de las acciones, estamos asumiendo el papel de Dios.
Reconocimiento, alabanza y adoración.
Debido a que El creó todas las cosas y las personas, solo El merece ser alabado por las cosas y las personas que ha creado (Jn 4:23, Apo 4:11, Isa 42:8).
Nosotros no necesitamos buscar en lo que hacemos el reconocimiento, ni la alabanza ni la adoración nuestra, sino solo la de El (Col 3:22-24, Sal 75:6-7), porque nuestra recompensa no viene de las personas sino de Dios (y esa es, por supuesto, una mejor recompensa).
Cuando lo que hacemos lo hacemos para obtener reconocimiento de las personas, no solo ya tenemos la recompensa que sería la cosecha, sino que lo que hacemos no lo estamos haciendo con corazón sincero, por y para las personas, sino con un fin egoísta, lo que desvirtúa la acción y a eso Dios lo llama “hipocresía”, (Mat 6:1-6, Mat 6:16-18, Mat 15:7-8).
Ser servido.
Solo El es independiente (Isa 40:13-14, Sal 135:5-6), autosuficiente (Exo 3:14, Rom 11:33-34) y debe ser servido (Deut 10:12).
Si hacemos lo que “se nos da la gana”, independientemente de lo que Dios dice, o respecto a lo que las autoridades delegadas de Dios han determinado que no es contrario a lo que establece la Palabra de Dios, entonces estamos ejerciendo “endiosamiento” y, principalmente cuando no tomamos en cuenta a Dios, las consecuencias de ello son sumamente serias en nuestra vida (Rom 1.18-32).
Si somos autosuficientes, no recurrimos a pedir ayuda (ni de otras personas ni de Dios), también estamos ejerciendo endiosamiento, porque fuimos creados para vivir recibiendo ayuda de otros y ayudando a otros (Gen 2.18, Ecle 4:9-12, 1 Cor 12.1-31), en interdependencia los unos de los otros.
Si buscamos ser servidos por los demás (en lugar de servirlos), si nos impacientamos porque no nos sirven como queremos o cuando queremos (aún cuando el servicio sea pagado), si no somos capaces de esperar turnos, “nos colamos”, etc., estamos ejerciendo endiosamiento, porque la Palabra de Dios nos enseña que imitemos a Cristo, que, siendo el Hijo de Dios, no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida por muchos (Mar 10:42-45, Fil 2:3-8, Mat 20:25-28, Luc 22.24-27).
Cuando no existía nada ni ninguno de nosotros, Dios ya era y El creó todo lo que es y existe.
Como Creador, El tiene el derecho de determinar como es que funciona todo lo que creó, de determinar las reglas de funcionamiento correcto e incorrecto.
Cuando alguien crea algo, esa persona tiene el derecho absoluto y la autoridad sobre aquello que crea. Por lo tanto, como Dios ha hecho todo, entonces El tiene el derecho de gobernar Su creación, incluyendo a las personas.
Por lo tanto, solo El puede y debe ser el Señor absoluto de todo.
Isa 45.18: “Yo soy el Señor, y no hay ningún otro”.
Si Dios es Dios, y lo es, en primer lugar, no puede haber ningún otro Dios. Todo lo que quiera suplantar a Dios se convierte en una falsificación total.
Como el ser humano fue hecho a la imagen de Dios, con capacidad de decidir entre el bien y el mal, entre seguir a Dios o no seguirlo, tiene la capacidad de determinar cosas (o personas, o a sí mismo) con las que intente suplantar a Dios.
El hecho de que el ser humano tome esas cosas como suplantación de Dios, no las hace Dios ni nada por el estilo, solo una falsificación con mucho de entretención y sin ningún beneficio a largo plazo, sino todo lo contrario (Prov 16:25).
El hecho que Dios permita que alguna otra cosa lo suplante en la imaginación del ser humano no implica, de ninguna manera, que El traslade alguna de sus características o alguno de sus derechos que como Dios le competen, a esa otra cosa.
El hecho de que Dios no destruya a esa persona que intenta suplantarlo por otra cosa (que podría hacerlo y con ello no negaría ni su santidad, ni su justicia), no es porque Dios no sea Dios, sino porque Su misericordia es sobre el juicio (Sal 89:14, Sant 2.13), y El espera que esa persona se arrepienta y se vuelva a El de todo corazón (2 Ped 3:9). Si no se vuelve a Dios después de un tiempo que Dios tiene en Su sola potestad, entonces tendrá lugar Su juicio (Jer 9:24, Sant 2:13)
Por otro lado, como El es Señor absoluto de todo, solo lo que El determina como sus normas para todo lo creado, funciona.
Cualquier otra cosa que quiera convertirse en norma que no venga de Dios, es igualmente una falsificación total, aunque tenga alguna faceta de verdad, y tarde o temprano, se evidenciará Su fracaso.
Cuando Su Señorío está establecido sobre algo o alguien, entonces ese algo o alguien funciona de acuerdo a Su plan perfecto (Gen 1.1-2:25, Mat 6:33, Rom 12:2).
Cuando Su Señorío es quebrantado, la autoridad la ejerce alguien más que no es El, todo funciona incorrectamente (Gen 3:7-24).
Dios es el Creador y Sus derechos.
Como Dios creó todas las cosas y las personas (Sal 24:1), El posee poder y privilegios que son exclusivamente suyos, que El se los ha reservado para sí mismo solamente. Algunos de esos privilegios son:
Tener el control absoluto de Su Creación.
Determinar las normas de conducta de Su Creación y/o con respecto a ella.
Demandar obediencia absoluta a Sus normas.
Juzgar Su Creación.
Ser reconocido, alabado y adorado.
Ser servido.
Control absoluto.
Solo El tiene poder para controlar todas las cosas y las personas (Dan 4:35, Job 12:13-25, Hch 17:24-28).
Si solo El tiene ese privilegio nosotros no lo tenemos.
Cada vez que estamos tratando de controlar a las personas y a las circunstancias, manipulando las cosas, estamos tratando de asumir el papel de Dios.
Una cosa es tratar por medios lícitos de modificar y/o transformar las situaciones, y otra es maquinar y manipular (usar los sentimientos, emociones, necesidades de las personas para lograr que hagan cosas que de otro modo no harían).
La manipulación es la manifestación de un espíritu demoníaco, el espíritu de Jezabel.
Las formas más evidentes de la manipulación son la amenaza, la gritería, la ira y la violencia, que en última instancia son nuestros intentos más descarados de que las cosas sean y/o las personas hagan lo que nosotros queremos.
Determinar normas.
Debido a que El creó todas las cosas y las personas, sabe como funcionan eficientemente, solo El es santo, bueno, justo y perfecto, solo El tiene el derecho exclusivo para determinar las normas de conducta que regirán a cada persona y a la humanidad (Rom 11:36, Exo 20.1-17).
Si solo El tiene el derecho de determinar las normas de cómo deben ser y funcionar las cosas y/o las personas, nosotros no lo tenemos.
Dios no nos impone sus normas: nos las enseña, así como también nos enseña el resultado de obedecerlas y el de no obedecerlas (las consecuencias) y nos enseña cuales nos conviene elegir y cuales no, pero finalmente, nos da la opción (eso implica el de recibir las consecuencias), pero no nos obliga ni nos impone a la fuerza (Deut 30:19-20, 3 Jn 2).
Cada vez que tratamos de imponer normas (a las personas, a nosotros mismos y aún a Dios) estamos usurpando la autoridad de Dios (Dios no las impone, las enseña).
Cada vez que establecemos normas que no se corresponden con las de la Palabra de Dios, estamos usurpando también la autoridad de Dios.
Cada vez que establecemos requerimientos adicionales a las normas establecidas por Dios en Su Palabra, estamos usurpando la autoridad de Dios.
Cuando pretendemos que otras personas sobre las cuales Dios no nos ha dada autoridad, cumplan las normas que nosotros cumplimos, aún cuando sean las que El ha determinado, estamos usurpando la autoridad de Dios.
Cuando pretendemos que las personas sobre las cuales Dios nos ha dado autoridad (como esposos, padres, gerentes, jefes, presidentes, oficios ministeriales, etc.) cumplan las normas que nosotros establecemos, que están por encima de los principios de la Palabra de Dios, también estamos usurpando Su autoridad.
Y cada vez que usurpamos Su autoridad, no solo estamos actuando en “endiosamiento”, sino que estamos pecando contra las demás personas y/o nosotros mismos, y por supuesto, contra Dios.
Obediencia absoluta.
Es un privilegio y derecho de Dios, y solo de El, demandar obediencia absoluta a sus normas determinadas para las cosas y las personas (Gen 22:1-12).
En consecuencia, si solo El tiene derecho, cuando nosotros asumimos esa tarea, demandando que las personas obedezcan absolutamente las normas, aún cuando sean las que Dios ha establecido, estamos usurpando el lugar de Dios porque no fuimos llamados a demandar obediencia absoluta, sino a enseñarlas para que las personas ejerzan su opción de obedecer o no.
Peor aún, cuando queremos imponerle a las personas el cumplimiento obligatorio de las normas que nosotros hemos determinado, que son contrarias o diferentes a las de la Palabra de Dios.
Ello es así porque estamos queriendo asumir la dirección del comportamiento de ellas, contradiciendo lo que Dios dice al respecto: si son no creyentes, no pueden obedecerlas porque para ellas son locura (2 Cor 4.4, 1 Cor 2:14), y si son creyentes, ellas tendrían que ser guiadas por el Espíritu Santo (Rom 8:14, Gal 5:18), no por nosotros.
La obediencia, para ser verdaderamente obediencia, necesita ser voluntaria, por amor y por convicción del corazón; de lo contrario es cumplimiento por miedo (externa).
Juzgar.
Debido a que El es quién determina las normas de conducta que rigen a la humanidad, y el único que ve las acciones de las personas y conoce el corazón (las intenciones), solo El tiene el derecho de juzgarlas (Sant 4:12, Gen 18:25, Hch 17:31).
Nosotros no podemos juzgar a las personas porque no conocemos su corazón; solo Dios lo conoce (1 Sam 16:7, Mat 7.1-5, Luc 6:37-42, 1 Cor 4:5).
En algunos casos, y siempre que Dios nos haya dado la autoridad sobre esa persona (esposos, padres, jefes, gerentes, presidentes, oficios ministeriales), podemos juzgar sus acciones y sus palabras, pero no sus corazones, sus emociones o sus pensamientos (no los conocemos).
Por ejemplo, si alguien miente, podemos afirmar que la persona mintió (una conducta) pero no que es mentirosa (el corazón), y así con cualquier situación.
Si nos convertimos en jueces de las intenciones en lugar de las acciones, estamos asumiendo el papel de Dios.
Reconocimiento, alabanza y adoración.
Debido a que El creó todas las cosas y las personas, solo El merece ser alabado por las cosas y las personas que ha creado (Jn 4:23, Apo 4:11, Isa 42:8).
Nosotros no necesitamos buscar en lo que hacemos el reconocimiento, ni la alabanza ni la adoración nuestra, sino solo la de El (Col 3:22-24, Sal 75:6-7), porque nuestra recompensa no viene de las personas sino de Dios (y esa es, por supuesto, una mejor recompensa).
Cuando lo que hacemos lo hacemos para obtener reconocimiento de las personas, no solo ya tenemos la recompensa que sería la cosecha, sino que lo que hacemos no lo estamos haciendo con corazón sincero, por y para las personas, sino con un fin egoísta, lo que desvirtúa la acción y a eso Dios lo llama “hipocresía”, (Mat 6:1-6, Mat 6:16-18, Mat 15:7-8).
Ser servido.
Solo El es independiente (Isa 40:13-14, Sal 135:5-6), autosuficiente (Exo 3:14, Rom 11:33-34) y debe ser servido (Deut 10:12).
Si hacemos lo que “se nos da la gana”, independientemente de lo que Dios dice, o respecto a lo que las autoridades delegadas de Dios han determinado que no es contrario a lo que establece la Palabra de Dios, entonces estamos ejerciendo “endiosamiento” y, principalmente cuando no tomamos en cuenta a Dios, las consecuencias de ello son sumamente serias en nuestra vida (Rom 1.18-32).
Si somos autosuficientes, no recurrimos a pedir ayuda (ni de otras personas ni de Dios), también estamos ejerciendo endiosamiento, porque fuimos creados para vivir recibiendo ayuda de otros y ayudando a otros (Gen 2.18, Ecle 4:9-12, 1 Cor 12.1-31), en interdependencia los unos de los otros.
Si buscamos ser servidos por los demás (en lugar de servirlos), si nos impacientamos porque no nos sirven como queremos o cuando queremos (aún cuando el servicio sea pagado), si no somos capaces de esperar turnos, “nos colamos”, etc., estamos ejerciendo endiosamiento, porque la Palabra de Dios nos enseña que imitemos a Cristo, que, siendo el Hijo de Dios, no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida por muchos (Mar 10:42-45, Fil 2:3-8, Mat 20:25-28, Luc 22.24-27).
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Feb
2010