El perdón: un estilo de vida.
Introducción.
Los problemas, las circunstancias negativas, el rechazo, la frustración, el trato inadecuado, etc., son experiencias comunes. Nos van a pasar no siendo cristianos, y también siéndolos, estando en Cristo (Jn 16:33).
El Señor nos enseño que la vida en El era una cuestión de pérdidas para ganar: en Cristo, el que pierda su vida la ganará: Mat 10:39, Mat 16:25, Mar 8:35, Luc 9:24, Luc 17:33, Jn 12:25).
Ello implica que, cuando estemos siguiendo a Cristo, vamos a perder: posiciones, posesiones, relaciones, prestigio, autoridad, etc., para ganar algo mejor.
Ahora bien, somos humanos, y las pérdidas duelen, y el dolor, si no lo manejamos correctamente, nos puede causar muchos problemas: entre ellos falta de perdón y/o amargura.
Ante eso, si queremos vivir en la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Rom 12:2) y en Sus planes de bien para nosotros (Jer 29.11), y que nuestra vida vaya de victoria en victoria, de más en más (Prov 4:18), tenemos que tomar una decisión valiente, esforzada, por impedirlo.
La falta de perdón va a impedir que nosotros mismo seamos perdonados (Mat 6:14-15).
La amargura va a impedir que nos alcance la gracia de Dios, sus bendiciones incluyendo el perdón de nuestros pecados (Heb 12:15).
La Palabra de Dios nos enseña (Prov 4:23): sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón porque de él mana la vida.
El asunto, entonces, no es que no nos pasen esas cosas sino como las vamos a manejar.
Job.
Uno de los personas y ejemplos bíblicos de la mayor cantidad y más intensas contrariedades que le pueden pasar a una persona. De un momento para otro, de un día para otro:
• Perdió todos sus siervos y su ganado (Job 1:14-17)
• Perdió todos sus hijos (Job 1.18-19).
• Hasta su mujer lo aborreció (Job 2:9).
Y todo ello le pasó, aparentemente, sin haber dado motivo, siendo: varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal (Job 1:1)(Job 1:8)
¿Qué fue lo que hizo Job ante esa situación? (Job:1:20-22; Job 2:10).
Primero. Rasgó su manto, símbolo de profundo dolor (Gen 37:34): tenía un profundo dolor.
Segundo. Rasuró su cabeza, símbolo de duelo, dolor. (Jer 41:5, Miq 1:16): le dolía la situación.
Tercero. Se postró en tierra: se humilló delante del Señor, reconoció Su Señorío y soberanía, y que todas las cosas obran para bien de los que aman a Dios (aunque no lo entendiera en ese momento).
Cuarto. Adoró: concentró sus pensamientos y sus sentimientos no en las circunstancias, no en las personas, no en las situaciones, sino en Dios.
Todo ello fue el resultado de un corazón perdonador que no permitió que la amargura anidara en su corazón:
• Perdonó a los sabeos y a los caldeos (mataron a los criados, robaron los camellos).
• No se ofendió contra Dios por la desgracia natural que acabó con la vida de sus hijos.
Porqué perdonó y se concentró en Dios, no en sí mismo ni en sus desgracias ni en sus circunstancias, salió de la situación, y salió de una manera mejor que antes de que todo ello sucediera:
• Conoció mejor a Dios (Job 42:5).
• Todas las cosas que había perdido, las volvió a tener pero al doble (Job 42:10).
• Le volvieron a nacer hijos en el mismo número y sexo que los que había tenido antes (Job 42:13).
• Vivió ciento cuarenta años y vio a sus descendientes hasta la cuarta generación (Job 42:16).
Hoy, igual que en los tiempos de Job, para tener una vida de bendición necesitamos tener un corazón perdonador y libre de amargura (Prov 4:23, Heb 12:15, Efe 4:31-32).
Hasta cuanto tenemos que perdonar (Mat 18:21-22).
Hasta 70 veces siete.
No es 7 X 70, sino 7 X 7 X 7 X 7, hasta completar setenta.
Ese es un número mucho mayor que el número de segundos que una persona viviría si viviera un millón de años.
Por lo tanto, ni viviendo un millón de años y perdonando cada segundo del día durante ese tiempo, alcanzamos la cifra de 70 veces siete.
Ello nos indica que el propósito de Dios es que hagamos del perdón un estilo continuo de vida, y ello en dos direcciones (Mat 5:21-26):
Perdonando (las ofensas que nos ocasionan) y pidiendo perdón (por las ofensas que ocasionamos).
Mat 5:21-26.
Dos temas en el pasaje.
• Cuando somos ofendidos.
• Cuando ofendemos a otros.
Cuando somos ofendidos.
No debemos ni podemos proceder con ira.
La ira nos hace decir palabras iracundas, y las palabras iracundas son palabras que hablan mal de los demás (mal-dicen).
Gen 12:3 (la promesa de Dios a Abraham de la cual nosotros somos herederos, Gal 3:13-14).
“Yo maldeciré a los que te maldigan”: si maldecimos a los que nos hacen mal, nosotros vamos a ser maldecidos.
“Yo bendeciré a los que te bendigan”: si bendecimos a los que nos hacen mal, nosotros vamos a ser bendecidos.
La ira es equivalente a matar (culpable de juicio).
La ofensa, si no la manejamos adecuadamente, va a producir ira.
La ira nubla el entendimiento.
No obra la justicia de Dios, Sant 1:20;
El furor es impetuoso y la ira es cruel, Prov 27:4.
Va a provocar palabras sin control.
Prov 18:21: en las palabras hay vida y hay muerte.
Las palabras sin control producen muerte.
Cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio (en el enojo siempre hay juicio).
La solución de Dios: perdonar para no dejarnos llevar de la ira (pensar lo bueno, no lo malo, Fil 4:8-9).
Cuando ofendemos.
Sant 3:2: lo queramos o no, aún cuando nuestras intenciones no apunten hacia ello, vamos a ofendernos unos a otros, eventualmente.
Si alguno no ofende en palabra este es varón perfecto (y ninguno de nosotros es perfecto, todos estamos en el proceso, Fil 1:6).
La solución: pedir perdón.
Conclusión.
Si no perdonamos, estamos mal, nosotros perdemos. No vamos a ser perdonados (Mat 6:14), la gracia de Dios no va a ser sobre nosotros (Heb 12.15).
Si no pedimos perdón, igual estamos mal, también perdemos: nuestra siembra, nuestra vida, nuestro servicio, nuestro ministerio, no va a tener fruto (va a estar detenido --Mat 5:24-).
Así como el perdón abre los cielos, así la falta de perdón los cierra (cielos de bronce, puertas de hierro).
29
Mar
2010